UNA FERIA ENTRE VECINOS
La dedicatoria de la Fiesta del Vino Fino a la ciudad de
Jerez es una de las notas características de una edición que ha reducido a 73
el número de casetas
La época de crisis (por mucho que el PIB quiera inspirar lo
contrario, seguimos en crisis, y más por estos alberos) ha reducido el
kilometraje de las dedicatorias: lejanos los tiempos de Navarra o Santander recalamos
en Jerez. Una práctica loable si se atiende al criterio que mi amigo poeta
Mauricio Gil Cano acostumbra a entonar (“Vamos quedando menos y hay que
quererse más”) y que ha aumentado la presencia de los caballos y del flamenco,
que no es poca cosa. Por quedar menos ya hasta desciende el número de casetas
(73, frente a la época en que la globalización no había hecho de las suyas y se
rozaba la cifra mágica del centenar). Resta el consuelo del aumento de la
densidad bajo las lonas y la consecuente facilidad para el apretamiento, que
inspira cercanía.
La ofrenda nos ha dejado la imagen de la bandera jerezana
ondeando frente al toro, espectáculos ecuestres y hasta a la alcaldesa, Mamen
Sánchez, sacando a bailar al alcalde, David de la Encina, en el acto de
inauguración de la calle (como se homenajea a Jerez, que gusta de
grandilocuencias, nos hemos encontrado con una avenida en lo que antes calle
era. Las placas, y el papel, lo aguantan todo). Sánchez se defendió mejor en el
arte mientras que al primer edil portuense hay que agradecerle la voluntad, que
también tiene su mérito y es lo que debe subrayarse cuando el duende anda
esquivo. En fin, no hay forma de saber de todo en una vida que lo mismo te pide
sostener un gobierno en minoría que hacer arte con el contoneo del osario.
Subsisten los criterios distintos entre algunos periodistas y el equipo de gobierno sobre la oportunidad de retornar a las recepciones oficiales. Creemos algunos que estas citas no tienen por qué suponer coste a las arcas públicas y sirven para el estrechamiento de lazos, sin que su eliminación le solvente sus problemas a alguien. Desde el ejecutivo argumentan que es mejor dedicar ese que entienden gasto a otros conceptos y recuerdan la dureza de los tiempos. Quizá el remedio estribe en una solución intermedia, la tercera vía de siempre: una recepción a escote en la que las fuerzas vivas (políticos, empresarios, sociedad civil en general) y las resistentes a morir (periodistas) asomen en el reservado con viandas ya sufragadas, de modo que unos lleven de casa o de caseta el marisco, otros la tortillita, un tercer sector las frituras y un cuarto las bebidas.
Con independencia de dedicatorias y estadísticas varias, que
algunas veces ocupan más a los periodistas que al banderero (dícese del que
acude a Las Banderas), la Feria sigue siendo lo que debe ser fundamentalmente,
un lugar de encuentro y ocio, en el que compartes tiempo con quienes, por unos
motivos u otros, no acostumbras a compartirlo o aumentas el que ya dispones
para los habituales (eso que se llama ahora “calidad de la relación”, que
incluso en estas cosas se aplica el ISO 9004).
Siempre me ha llamado la atención esa costumbre de algunos
portuenses de aprovechar los días de celebración de la Fiesta del Vino Fino
para marcharse allende los límites provinciales o nacionales. Con las
salvedades legales pertinentes y comprensibles excepcionalidades, a mí esto de
utilizar los días de Feria para pirarse de El Puerto y no pisar Las Banderas me
parece encerrar un puntito sosera y/o malajosillo, por mucho que nuestra Carta
Magna, como corresponde, defienda la libertad de circulación. (Soy consciente
de las críticas que me acarreará este párrafo, pero me apetece soltarlo. Cosas
de la edad, que ya uno va callándose menos, no sea que se me caiga un ladrillo
en la cabeza y queden asertos en el infausto silencio).
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
28 de Mayo de 2017
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