lunes, 29 de junio de 2009
jueves, 25 de junio de 2009
DEBATE COMERCIAL
Día y medio después de la elección de la nueva junta directiva de la asociación Centro Comercial Abierto, el recién creado organismo se daba de bruces con la realidad cuando los votos del equipo de gobierno aprobaban la ampliación de El Paseo, lo que permitirá al emblema portuense de las grandes superficies olvidar sus casi 21.000 metros cuadrados (tamaño otrora culmen de la modernidad, dimensión mediocre en estos tiempos) y ostentar cerca de 28.000.
En el caso que nos ocupa y en contra de otras modificaciones urbanísticas cuyos expedientes se remontan al Big Bang, no parece que existan grandes problemas para encajar la operación en el nuevo Plan General (plan contenedor de infinitos microplanes), ese documento de previsible finalización cercana a las municipales de 2.011 o cuyos efectos benéficos se intentarán vender directamente como un hito más del bicentenario.
El PP portuense ofrece así un detalle a los pequeños empresarios, los batalladores autónomos, uno de sus grandes caladeros electorales, complicándoles un poco más la vida, en la línea de una pasión megalómana-comercial a la que, ciertamente, no escapa casi ningún Consistorio, con independencia de su signo político, y que incluye cambios radicales en el discurso según se figure en la oposición o se disfrute de la aparentemente eterna satisfacción del poder.
La nueva directiva del CCA tiene ante sí un difícil reto, pues, aunque la semipeatonalización está permitiendo algunos avances, se mantienen problemas endémicos como la falta de aparcamiento o la carestía del mismo (frente a la gratuidad de los competidores), los cortes de vías y cambios de sentido de circulación continúan violando la inocencia del tráfico rodado y la calle Larga, uno de los ejes principales de la ciudad, sigue más oscura que cualquier ignoto tramo del polígono de Las Salinas.
Con todo, el principal de sus retos se cifra en conseguir la unión de un sector tremendamente atomizado y cuya apatía asociacionista ha terminado por erigirse en el más tradicional de sus rivales, al disminuir su fuerza reivindicativa ante los poderes públicos, organismos proclives a la cuantificación.
En el caso que nos ocupa y en contra de otras modificaciones urbanísticas cuyos expedientes se remontan al Big Bang, no parece que existan grandes problemas para encajar la operación en el nuevo Plan General (plan contenedor de infinitos microplanes), ese documento de previsible finalización cercana a las municipales de 2.011 o cuyos efectos benéficos se intentarán vender directamente como un hito más del bicentenario.
El PP portuense ofrece así un detalle a los pequeños empresarios, los batalladores autónomos, uno de sus grandes caladeros electorales, complicándoles un poco más la vida, en la línea de una pasión megalómana-comercial a la que, ciertamente, no escapa casi ningún Consistorio, con independencia de su signo político, y que incluye cambios radicales en el discurso según se figure en la oposición o se disfrute de la aparentemente eterna satisfacción del poder.
La nueva directiva del CCA tiene ante sí un difícil reto, pues, aunque la semipeatonalización está permitiendo algunos avances, se mantienen problemas endémicos como la falta de aparcamiento o la carestía del mismo (frente a la gratuidad de los competidores), los cortes de vías y cambios de sentido de circulación continúan violando la inocencia del tráfico rodado y la calle Larga, uno de los ejes principales de la ciudad, sigue más oscura que cualquier ignoto tramo del polígono de Las Salinas.
Con todo, el principal de sus retos se cifra en conseguir la unión de un sector tremendamente atomizado y cuya apatía asociacionista ha terminado por erigirse en el más tradicional de sus rivales, al disminuir su fuerza reivindicativa ante los poderes públicos, organismos proclives a la cuantificación.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
25 de Junio de 2.009
jueves, 11 de junio de 2009
BANDERAS AZULES
Cuatro playas portuenses (Valdelagrana, Fuentebravía, La Puntilla y La Muralla) podrán ondear este verano la bandera azul, ese controvertido distintivo que no parece garantizar grandes privilegios, pero cuya ausencia (y, no digamos, retirada) acostumbra a despertar todo tipo de polémicas entre gobiernos y oposiciones, aderezadas por la irrupción de los ecologistas nativos y de alguna otra institución cívica que, previamente indignada por causas muy distintas, aprovecha la circunstancia para saldar cuentas.
La Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor (Adeac) es una entidad desconocida hasta para el más informado de los ciudadanos, pero cada año, invariablemente, disfruta de su minuto de gloria, de su reinado por un día, cuando hace públicas la colocación de las susodichas banderitas, en base a unos criterios, probablemente prolijos, que el periodista, en estos tiempos tan escasamente proclives a la lírica del detallismo, tiende a sintetizar en que el litoral se halle más o menos guarro.
El caso es que cada estío alcaldes o concejales de medio ambiente (depende de las agendas y de si la gestión permite o no vender logros más trascendentales) se dirigen, ufanos, a algún punto indeterminado de un kilométrico paseo marítimo, en medio de una comitiva macilenta de redactores torrados (normalmente de prácticas, pues los veteranos de las plantillas huyen de la solanera y, al fin y al cabo, se trata de informaciones idénticas, sencillas de cubrir hasta para los plumillas más virginales) y la insignia, obedeciendo, como tantas otras, las leyes eólicas, acaba por ondear al viento; se trata de izadas funcionales, exentas de alardes sonoros, que inspiran en los concentrados un orgullo patriótico leve y difuso, de modo que después, si los representantes públicos se muestran generosos, invitan a los concentrados a un discreto refrigerio en un chiringuito cercano, derivando la tertulia en cualquier tema menos, por supuesto, el estandarte. Al final, bendecidos por la plenitud de la obligación cumplida, marcha cada uno de su corazón a sus asuntos, con el alivio subconsciente de que la bandera, al menos la bandera, entre tantas cosas vulnerables y tornadizas como se suceden en este mundo, ya está allí.
La Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor (Adeac) es una entidad desconocida hasta para el más informado de los ciudadanos, pero cada año, invariablemente, disfruta de su minuto de gloria, de su reinado por un día, cuando hace públicas la colocación de las susodichas banderitas, en base a unos criterios, probablemente prolijos, que el periodista, en estos tiempos tan escasamente proclives a la lírica del detallismo, tiende a sintetizar en que el litoral se halle más o menos guarro.
El caso es que cada estío alcaldes o concejales de medio ambiente (depende de las agendas y de si la gestión permite o no vender logros más trascendentales) se dirigen, ufanos, a algún punto indeterminado de un kilométrico paseo marítimo, en medio de una comitiva macilenta de redactores torrados (normalmente de prácticas, pues los veteranos de las plantillas huyen de la solanera y, al fin y al cabo, se trata de informaciones idénticas, sencillas de cubrir hasta para los plumillas más virginales) y la insignia, obedeciendo, como tantas otras, las leyes eólicas, acaba por ondear al viento; se trata de izadas funcionales, exentas de alardes sonoros, que inspiran en los concentrados un orgullo patriótico leve y difuso, de modo que después, si los representantes públicos se muestran generosos, invitan a los concentrados a un discreto refrigerio en un chiringuito cercano, derivando la tertulia en cualquier tema menos, por supuesto, el estandarte. Al final, bendecidos por la plenitud de la obligación cumplida, marcha cada uno de su corazón a sus asuntos, con el alivio subconsciente de que la bandera, al menos la bandera, entre tantas cosas vulnerables y tornadizas como se suceden en este mundo, ya está allí.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
11 de Junio de 2.009
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