jueves, 25 de noviembre de 2010

TIEMPO DE TINIEBLAS

La gestión que el alcalde, Enrique Moresco, viene efectuando sobre las fiestas de Navidad constituye, por más que él se empeñe en proclamar una supuesta coherencia de principios, un error político tan obvio como evitable.
Las declaraciones del primer edil en las que se mostraba sorprendido por la polémica originada a raíz del anuncio inicial de la eliminación del alumbrado solo pueden hacerse desde una ingenuidad llamativa en alguien que acumula tantos años de experiencia en la Corporación.
La decisión, corregida a medias al ser la iniciativa privada la que asume unos costes que el Ayuntamiento podría (y debería) haber emprendido con una previa y adecuada planificación de gastos, perjudica electoralmente a un ejecutivo que anunció en un principio la supresión de una arraigada costumbre (especialmente querida por la infancia, sector de gran influencia indirecta ante la urna) y que, además, permite ahora que sean los comerciantes (uno de sus más amplios y naturales caladeros de sufragios) los llamados a abordar un nuevo y peculiar concepto impositivo que mantenga una tradición muy querida por los católicos (que tampoco acostumbran a inclinarse por el marxismo leninismo). La postura de Fiestas de no aportar caramelos para los carteros reales o pajes de las barriadas, pese a que dichas partidas presupuestarias son, sencillamente, minúsculas, supone una agria medida constituyente de otro paso más en el desatino pascual.
En virtud de sus propios intereses, los populares deberían reflexionar muy seriamente sobre no pocas cosas, si no quieren que la mayoría absoluta les resulte una meta en alejamiento progresivo: entre ellas, por qué las dos últimas noticias que han llevado a El Puerto a los medios nacionales (la extinción de la Fundación Rafael Alberti y la falta de alumbrado navideño) suponen sendas circunstancias transmisoras de una pésima imagen para la ciudad. Bien harían en dejar tranquilos a Zapatero, Griñán y Hernán Díaz y acercarse más a las inquietudes de sus administrados. Entre los que se encuentran sus propios y consuetudinarios votantes.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
25 de Noviembre de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA MIRADA DE OCHOA

La Academia de Bellas Artes Santa Cecilia mantiene hasta el domingo una interesante exposición de la obra de Enrique Ochoa (1891 – 1978), un pintor portuense cuya paleta recorre casi todo el siglo XX en una variada suerte de escuelas que sólo puede practicarse desde una absoluta independencia artística y una radical curiosidad ante la vida.
La cesión gratuita efectuada por José María Pastoriza de una sala ubicada en la calle Luna permite al visitante admirar un legado que Ochoa entregó a El Puerto con generosidad impagable, propia de quienes, derivando su existencia por escenarios tan diversos como la Filipinas colonial, la Sevilla de principios de siglo, el Madrid de las vanguardias (aún no asolado por los crueles acontecimientos posteriores) o la subyugante Mallorca, siempre sostuvieron en la pupila esa maravillosa gama cromática de la ciudad en la que sus ojos asomaron a la luz.
Mientras recorre uno los cuadros, deteniéndose en la hidalguía lírica del “Pobre poeta”, la rotunda dignidad de “El enano”, el ascetismo natural de “San Francisco de Asís” o la frescura elegantemente desvergonzada de “Cosmopolita”, lamenta la carencia de un espacio municipal acondicionado para la muestra perpetua de las obras de Ochoa, Serny o Costus, para que la mirada, ese arpa becqueriana de la pintura, cabalgue sin descanso, y piensa que sucesos tan tristes como la desaparición de la Fundación Alberti no deben ocurrir, o, si ocurren, han de reconducirse de modo que El Puerto deje de ser consuetudinariamente cainita y pase a convertirse en orgulloso exaltador de sus ingenios.
Mientras uno se inunda de los dibujos y colores de Ochoa, cuya entrega artística fue tan grande que, casi nonagenario, la muerte tuvo que buscarle en un andamio, del que le hizo caer dejando ya sin padre un lienzo de grandes dimensiones, reflexiona en la conveniencia de que los gobernantes, incluso en tiempos de crisis, apuesten por la cultura, un elemento que, en su universalidad, sirve también para una gozosa identificación localista, y que aporta más votos de lo que en un principio pudiera parecer.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
11 de Noviembre de 2010