domingo, 20 de julio de 2014

VAIVENES POLÍTICOS


La marcha de María Gómez García como concejala de Ciudadanos Portuenses ha suscitado en mí varias reflexiones. Siendo la primera de ellas que se puede ser elegido por un partido (Independientes Portuenses) y renunciar a la elección desde otro (el ya citado Ciudadanos) lo que más me sorprende es el silencio que adorna la ausencia.

Piensa uno que cuando un edil decide dejar a un lado su acta debe explicar pública y sinceramente por qué lo hace y que ese ofrecimiento argumental constituye una muestra de respeto, en primer lugar, a las personas que optaron por introducir en una urna una papeleta que incluía el nombre de quien tiempo después opta por abandonar el salón de plenos.

Como quiera que los silencios (paradojas del lenguaje) estimulan a veces el nacimiento de las palabras, en círculos consistoriales y periodísticos se atribuye la decisión repentina de Gómez (María) a un enfado con la otra Gómez (Silvia), y hay hasta quien entiende que la salida en su momento del también ex edil independiente Antonio Díaz se debió a un nuevo enfado con la portavoz (las lenguas más afiladas esgrimen, llegadas a este punto, que la razón explicativa de la permanencia de Silvia estriba en la obviedad de que no va a enojarse consigo misma). Lo cierto es que, en plena demanda social de renovación en la clase política, a Ciudadanos Portuenses se le podría achacar cualquier cosa menos inmovilismo: de hecho, no contenta con cambiar el nombre y, consecuentemente, el logotipo, la formación ha sustituido a dos de sus tres concejales electos, lo que refleja un porcentaje variador del 66%.

Justo es apuntar aquí que el mandato nos ha dejado sin tres cabezas de lista: Ignacio García de Quirós (PSOE), Pepa Conde (IU) y, desde luego, Enrique Moresco (PP), circunstancia esta última que supuso un cambio de alcalde (explicado oficialmente con endebles razonamientos, toda vez que se rehuía admitir la verdadera causa del relevo: la disconformidad con la gestión).


El único partido que mantiene a los concejales señalados por los portuenses es el andalucista: dados los vaivenes experimentados por los demás el dato adquiere su trascendencia.  

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
20 de Julio de 2014

domingo, 6 de julio de 2014

EL VALOR DEL PASADO


España es un país más bien despreciativo con la cultura, un desdén minucioso que se manifiesta desde los planes lectivos hasta la maquinaria fiscal, pero, como toda regla acostumbra a lucir su excepción, los legisladores han diseñado códigos tremendamente respetuosos con la arqueología. Un arqueólogo es una persona con un poder superior o, cuando menos, similar, al de un juez o un político. Sus dictámenes rara vez son cuestionados (entre otras razones porque casi nadie maneja argumentos para hacerlo, salvo algún colega del dictaminador) y se adoptan con una magnanimidad temporal vecina al infinito sin que  organismo administrativo alguno ose instar la finalización del expediente.

Las catas subterráneas que la Junta de Andalucía desarrolla en los terrenos inicialmente destinados a acoger los parkings de Pozos Dulces y Plaza de Toros han desatado en los opositores al proyecto esa pasión por el ayer que tiende a suscitarse cuando los deseos no se ajustan con las vías ejecutivas presentes. Es en esos momentos de desesperación social en los que una persona o colectivo anhela que una obra no llegue a erigirse cuando se multiplica en progresión geométrica el interés por la conservación inmaculada de los escenarios donde defecaban los fenicios, jugaban los romanos a las tabas, amortajaban a los visigodos o las huestes de Alfonso X se ponían como el Quico mientras su rey se concedía a las cantigas. Lo que miles de firmas coetáneas se muestran incapaces de tumbar lo puede conseguir un par de esqueletos tiesos como la mojama ósea que se les presume, olvidados hasta por sus propios huesos y a los que la muerte sorprendió mientras se afanaban en la humana tarea de meterse mano. 

Cuestión distinta es que dicho escenario protegido sea puesto en valor a la curiosidad de la mirada, medida que guardaría su coherencia con el dispositivo precedente y que debiera emanar del mismo, pero que no siempre se cumplimenta. Parece como si el respeto al pasado, lejos de implicar su divulgación, se conformara con una fosilización anónima, como si la trascendencia de nuestro pretérito se justificase con la sola inmovilización del presente. 

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
6 de Julio de 2014