jueves, 29 de octubre de 2009

FUSTEGUERAS

Dios hizo el mundo en seis días y Fustegueras lo reordenó en sólo uno.
Confieso que, más allá de algunas preguntas en esporádicas ruedas de prensa, no he llegado a entablar conversación con Manuel Ángel González Fustegueras, director de la empresa Territorio y Ciudad, redactora del Plan General de Ordenación Urbana a cuya aprobación provisional 2, salvo sorpresa mayúscula, dará su asentimiento el pleno extraordinario de hoy, pero no tengo inconveniente en reconocerle mi admiración. Que en un país tan encanallado como éste un profesional liberal, como dicen los epígrafes burocráticos, sea capaz de trabajar con el PP y con el PSOE (y hasta con independientes y comunistas irredentos que habrá por ahí) y además provocar en alcaldes y tenientes de alcalde de urbanismo de tan diversos pelajes esa suerte de trance místico, de posesión celestial, cada vez que toma la palabra supone un arte al alcance de muy escasos mortales.
Fustegueras, al frente de los planeamientos de Sevilla, Marbella, Chiclana, Los Barrios o Jerez, parece esconder, tras su estética colega, una persona cuya determinación se muestra capaz de planificar el interior de los agujeros negros de Hawking en dos trazos y seis meses menos de lo estipulado en el pliego de condiciones cósmico. Algo ha de tener este hombre, al que los PGOUs deben salirle por las orejas, para que cada vez que protagoniza una comparecencia te entren ganas de invitarle a tu casa y pedirle asesoramiento sobre la distribución de los tresillos.
Dicho urbanista (un urbanista es un arquitecto, pero en intelectual), Visitante Ilustre de la Ciudad de Montevideo, ha conseguido un grado identificatorio tal entre los planes generales y su persona que vamos camino del cambio de denominación, por lo que no será extraño que, en breve, en lugar del manido acrónimo se emplee su segundo apellido para referirse a estos documentos, en justa metaforización administrativa y estricta denominación de origen.
Poco después de la luz bíblica se hizo la iluminación de Fustegueras.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
29 de Octubre de 2009

miércoles, 28 de octubre de 2009

ALBERTI Y LA POESÍA
























TODO LO QUE RAFAEL ALBERTI SENTÍA TERMINABA ALZÁNDOSE AL RANGO DE POEMA, POR LO QUE SU OCEÁNICA VIDA SUPONE UN EXCEPCIONAL LEGADO LITERARIO CUYO VALOR MERECIÓ UN PREMIO NOBEL QUE NUNCA LLEGÓ

Toda obra poética, casi por definición, camina íntimamente ligada al itinerario personal de quien la firma: esa máxima se cumple, con minuciosidad, en Rafael Alberti, lo que explica la magnitud oceánica (la elección y polisemia del término, como habrán deducido, no es casual) de sus versos y la variedad temática abarcada, en correspondencia a un espíritu abierto, una inquietud multidisciplinar y una biografía surcada por continuos viajes (el viaje es siempre una búsqueda y la búsqueda es siempre la vida). Todo lo que Alberti sentía se elevaba al rango ontológico de poema, de modo que su existencia deviene en legado literario, un legado que el portuense, que atesoraba en el lenguaje su oxígeno, habría querido infinito: “Tú sabes bien que en mí no muere la esperanza, /que los años en mí no son hojas, son flores,/ que nunca soy pasado sino siempre futuro”.
Porque Alberti no es sólo el poeta del mar, su imagen más conocida, y también difundida, con coronar tan elevadas cimas Marinero en tierra u Ora marítima, ni tampoco es sólo el poeta del compromiso político con el comunismo, el desterrado, como reflejan De un momento a otro, Capital de la gloria, Vida bilingüe de un refugiado español en Francia, 13 bandas y 48 estrellas o La primavera de los pueblos; Alberti es también el poeta que se rinde a la pasión por el dibujo y el color, según denota A la pintura, un libro nunca suficientemente exaltado, un caballete de formidables malabarismos conceptuales, o Los ocho nombres de Picasso, ese diario de dos genios y el intelectual agradecido a quienes le acogen en su exilio (Baladas y canciones del Paraná, Canciones del alto valle del Aniene).
La obra albertiana, además, no podía dejar de referirse a las relaciones sentimentales y así atraviesa los tres grandes estados: el rechazo, desengaño del que nace Sobre los ángeles, (“Ni sol, luna, ni estrellas/ ni el repentino verde/ del rayo y el relámpago,/ ni el aire. Sólo nieblas”), la relación contradictoria en la que “Ya no quisiera más verte en la vida/ aunque te quiero ver a cada instante” (Amor en vilo) y la plácida correspondencia sentimental, como muestran poemas del monumento a la nostalgia que constituye Retornos de lo vivo lejano (“Porque habías, al fin, aparecido”, evoca el momento en el que conoció a María Teresa León) o, más tarde, Canciones para Altair (“Tú a todos los apagas, Altair, con tu brillo/ temblor irresistible, capaz de derramarse/ bañando los ansiosos labios del universo”, le inspira María Asunción Mateo).
El poeta es también el padre que canta a su hija en composiciones de Pleamar (“Para ti, niña Aitana,/ remontando los ríos, este ramo de agua./ De agua dulce, ramito, que no de agua salada”) o de Poemas de Punta del Este y el ser humano que se rebela contra el inexorable paso del tiempo en Versos sueltos de cada día.

SU TALENTO BRILLA POR ENCIMA DE TEMÁTICAS Y ESTRUCTURAS
Transgresor de tantos convencionalismos (incluidos los académicos, alcanzando el grado de doctor honoris causa por varias universidades cuando no había aprobado cuarto de bachillerato, algo que sólo se puede conseguir desde la más excelsa singularidad), Alberti fue, como gustó de definirse, un “poeta en la calle” (así tituló, de hecho, uno de sus libros), un autor que se negó a que su obra se limitara al intrínseco formato del papel, de manera que los versos encontraron en su voz, en su personalísima forma de recitar, la mejor caja de resonancia (“Y perdonen si prefiero/ ser poeta aleluyero/ a aquellos tan inspirados/ que al fin se mueren sentados”). Esa presencia refleja, en muchísimas ocasiones, su ferviente compromiso comunista, según se observa, por ejemplo, en “Nuevas coplas de Juan Panadero”, donde escribe “Pon tu voto a trabajar:/ Vota al PCE, y voto a voto/ lo harás más grande que el mar”, un volumen donde no duda en responder, con ironía insuperable, a aquellos que lamentaban su férreo componente ideológico (“¡Pobre poeta perdido!/ Pasar de Sobre los ángeles/ a coplero del Partido!”).
Con esa difícil facilidad que caracteriza a los grandes, supo acometer estructuras gongorinas y romances populares, ceñirse a la métrica con ortodoxa aplicación (su virtuosismo sonetista, probablemente no abordado con la justicia que requiere, resulta innegable, así como el donaire con que se desenvuelve en las asonancias) o lanzarse a pergeñar vocablos de cosecha propia en el más anárquico verso libre, ensalzar con brillantes y denostar con saña.
Alberti fue un poeta cuya relación con Cádiz no se circunscribe únicamente al paisaje marino o a la luz inmarcesible: la gracia típicamente gaditana impregna varias de sus piezas, ese peculiar sentido del humor cuya honda filosofía vital sólo pueden entender quienes han tenido la dicha de nacer, o de vivir, en esta tierra y de la cual hay evidencias especialmente significativas en sus últimos años, aunque ya mucho antes se destila en su reconocimiento al cine (Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos), en invectivas contra Franco, Hitler, Mussolini o la Iglesia de aquel tiempo o en Roma, peligro para caminantes.

SU VITALISMO ANHELÓ LA INMORTALIDAD, SU OBRA LO HACE ETERNO
Alberti transitó por los versos con la naturalidad de quien lo hace por un sendero carente de secretos, fue un poeta “arrebatado por las letras” que mereció el Nobel: el 29 de Octubre de 1.999, un día después del fallecimiento del portuense más universal de todos los tiempos, Manuel Vázquez Montalbán publicaba en “El País” que “El gran poeta pagó el precio de un intento de rebajarle en el mercado de lo selecto que tuvo, entre otros efectos, que no se le diera el Nobel y sí se le diera a Aleixandre, como un recurso que ni Alberti ni Aleixandre se merecían(…)”.
Rafael Alberti Merello, uno de los grandes miembros de esa fiesta de la palabra que supuso la generación del 27, fue un poeta que consiguió su objetivo de que su canto nos acompañe “más allá de las edades” y que alcanzó el más alto rango, el que siempre deseó, ser palabra del mar, verso, azul y blanco, de las olas, un poeta cuyo vitalismo anheló la inmortalidad y cuya obra terminaría por convertirlo en eterno.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz, suplemento especial con motivo del décimo aniversario del fallecimiento de Alberti
28 de Octubre de 2009

jueves, 15 de octubre de 2009

DEL BISAGRISMO

El portavoz andalucista Antonio Jesús Ruiz y la independiente Silvia Gómez andan estos días enzarzados en unas disputas dialécticas que alternan la argumentación majestuosa, los razonamientos de político avezado, el estilo chusco, con un tono cuartelero, de zarzuela vecindona, algo así como la Campanario y la Esteban, en papeles cambiantes, en versión política local.
Conozco a los dos hace muchos años y no me caen malotes, entre otras cosas porque ellos me tratan con respeto a mí y yo a ellos (con el tiempo tiende uno a actuar con los demás en la exacta medida en que los demás actúan con uno, que para otras prácticas se anda ya muy currado). Tanto hace que sé de ambos que hasta recuerdo a Antonio Jesús cuando me llevaba los comunicados andalucistas (todavía había andalucistas, ahora hay más bien antoniojesusianos, para su mérito) a la Cadena SER, en una época en la que el correo electrónico resultaba una quimera y fax, lo que se dice fax, no debían tenerlo en el partido y rememoro a Silvia desde que Hernán Díaz, ese denostado político que se marchó ganando todas las elecciones a las que se presentó sin paraguas nacional alguno, la alzara al rango de responsable de protocolo.
Lo cierto es que el devenir, sendero azaroso por antonomasia, les ha enfrentado. Antonio Jesús, que también ha sufrido su travesía del desierto, parece mecerse en vientos favorables, mientras que Silvia es una edil maltratada estas últimas fechas por las veleidades de la condición humana y lo angosto de la matemática, una edil cuya formación experimenta unas dificultades tales que su ¿correligionario? Juan Gómez parece inspirado por una actividad epistolar tan desaforada que lleva paso de erigirle en patrón civil del cuerpo de Correos.
Todo tiene su epítome; tomando como punto de salida aquel recurrente adagio de Churchill por el que se establece que no hay peor enemigo que un compañero de partido me permito, humildemente, realizar la siguiente aportación a los anales de la politología mundial: no hay rival más encarnizado que otro aspirante a bisagra.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
15 de Octubre de 2009

viernes, 2 de octubre de 2009

COMPETENCIAS

Pensaba yo el otro día, mientras se firmaba el convenio entre el Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz para el desarrollo de las dos márgenes del río Guadalete, en lo compleja que llega a resultar la labor de un alcalde, y no ya por las estrecheces económicas de los tiempos ni por un presunto obstruccionismo oposicional, sino, simplemente, por la lisa y estricta falta de competencias que, en ocasiones, les adornan.
Aquí, en El Puerto, si quieres acometer alguna actuación lindante con el agua tienes que vértelas primero con la Autoridad, cuyo nombre, de por sí y en un primer golpe, tiende a marcar distancias. El organismo es dirigido por Rafael Barra, un señor de apariencia afable, uno de estos florentinos de la política cuyo aire recuerda al de aquellos tíos familiares a los que uno acostumbra a pedir consejo, pero que, en definitiva, es capaz de decirte que no en tus propias fosas nasales con una seducción tal que, con negativa y todo, abandonas el encuentro creyendo haberte salido con la tuya.
En el caso de querer reorganizar urbanísticamente la ciudad, puedes encargárselo a técnicos municipales o una carísima empresa privada y atender en mayor o menor medida la retahíla de quejas de los empresarios de la construcción, esos señores que tienden a pensar que siempre se beneficia a todo el mundo menos a ellos, puedes escuchar las inquietudes de los organismos que defienden a los poseedores de viviendas ilegales, acrónimos más numerosos ya que la cifra, eternamente indefinida, de las susodichas viviendas, pero, en último término, quien decide es la Junta, una señora que vive en Sevilla.
Comprendo que muchas veces los alcaldes experimenten cierta impotencia ante esa legión de subsecretarios y jefes de servicio cuya multiplicación en el organigrama parece estratégicamente diseñada para limitarles sus poderes hasta reducirlos a decidir los nombres de las calles, las fechas de la Feria o la identidad de su chófer.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
1 de Octubre de 2.009