jueves, 19 de marzo de 2009

LA BUENA EDUCACIÓN

La mejora de la educación es una de las grandes asignaturas pendientes de nuestra sociedad y su logro no resulta, a mi entender, tan complicado como desde muchas instancias suele presentarse: por encima de las ratios, los ordenadores en serie o el bilingüismo se puede empezar por algo tan natural y económico como la consideración de la disciplina y el esfuerzo. Un día, a algún imbécil se le ocurrió que la autoridad era una cosa de derechas, proveniente del rancio franquismo, como si tras la figura del profesor se escondiera una especie de militar golpista, por lo que había que permitir que los alumnos vagos (otro de los grandes lastres de este sector es la proliferación del eufemismo, pero a mí ya me coge con cierta edad cursada, ustedes me disculparán) pudiesen molestar a su antojo a los aplicados, no fuese a ocurrir que el subconsciente de los holgazanes sufriera en exceso. En la misma línea, esta suerte de triunfantes leguleyos de la pedagogía tuvieron a bien defender que los alumnos que sufren acoso escolar han de sobrellevar la cruz con cierta paciencia, en aras a evitar la discriminación de quienes se dedican a molestar, criaturas propicias al daño sicológico irreversible. A otra mente preclara se le encendió también la luz: como quiera que los alumnos suspendían muchas asignaturas lo obvio no residía en obligarles a estudiar más, sino en rebajar el nivel y aplicar las teorías del buenismo a la hora de decidir sobre el pase de curso (ha tenido que intervenir hasta el Supremo).
Otra de las sencillas medidas que conviene poner en práctica, además del retorno de las competencias al gobierno central (lo que impedirá seguir avanzando en el secesionismo por algunos pagos y en el empleo de la lengua como ardid xenófobo) es el adelanto del inicio del curso, tal y como ha propuesto la consejera del ramo, Teresa Jiménez, a quien desde aquí envío mi aplauso más entusiástico por haber tenido el valor de abordar semejante tabú: naturalmente, se encontró con la vergonzosa negativa de los sindicatos, dispuestos, como se sabe, a elevar la calidad de la enseñanza… siempre y cuando, claro está, eso no comporte una mayor carga de trabajo (tener que doblarla, en lenguaje popular).
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
19 de Marzo de 2.009

jueves, 5 de marzo de 2009

MUERTE DE UN MENDIGO

Hace unos días, el cuerpo sin vida de una persona era encontrado en el Parque Calderón, en el interior de una caseta de mampostería. El hombre se había despedido de este mundo en la más estricta intimidad, es decir, absolutamente solo y llevaba muerto varias jornadas. Algunos viandantes que coincidían con él (coincidir suele ser una forma de no conocer) aseguran que llevaba tiempo enfermo y que acostumbraba a pedir limosna en la puerta de entrada de la iglesia del Espíritu Santo.
Poco después, cerca del lugar en el que esta persona expiró, a los 48 años, una edad en la que otros ciudadanos empiezan a someterse a liftings y hacen cálculos sobre una cómoda prejubilación, se desarrollaba un encuentro carnavalesco caracterizado por la gratuidad de productos como el pollo frito, las tortillas de camarones o las patatas aliñadas, una cita lúdica que, seguramente, en las tristes circunstancias que le rodeaban, le habría venido muy bien a G. G. C. (hay personas cuya existencia en la historia parece reducirse a tres letras, lejos de esa hospitalidad papirológica que a otras les brindan las enciclopedias). Una semana más tarde, incluso encima de la tierra donde los ojos de aquel mendigo se habían detenido por última vez en el fluir de las aguas del Guadalete, una nutrida aglomeración reía y cantaba de nuevo bajo disfraces que ocultaban su identidad (el protagonista de esta columna no se ocultaba con disfraz alguno, pero de poco le valía, porque casi nadie parecía identificarle).
Nuestro discurrir se sucede de una forma tan apresurada, vertiginosa a veces en su propia monotonía, que no acertamos a reparar en esas tragedias, solapadas o silenciosas, que laten a nuestro alrededor, donde también hay seres que sufren, aunque oficialmente no haya declarada una guerra ni pertenezcamos a lo que se denomina Tercer Mundo, esa vergüenza para el primero y el segundo. Me acerco al lugar donde G. G. C., apodado al parecer Yiyi, dijo adiós sin testigos a las pequeñas barcas y son numerosas las reflexiones que me asaltan y culpabilizan, haciéndome sentir innoble por tanto como nos quejamos por problemas triviales quienes no vemos las estrellas bajo el techo de una caseta de mampostería.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
5 de Marzo de 2.009