domingo, 29 de abril de 2012

EL DEBATE ANUAL

Tras varios años de observar a los moteros como la marabunta hestoniana, como unos invasores frente a los que El Puerto debía renunciar al Acuerdo de Schengen, la crudelísima crisis económica, la reducción del contingente en anteriores ediciones y su mejor comportamiento general, parece haberles concedido una postrera presunción de inocencia.
Vaya por delante que aplaudo que las personas directamente afectadas por el ruido de las motos se quejen, que los tribunales los amparen y que el ejecutivo local obre en consecuencia con su dispositivo al efecto. Pero siempre he pensado que con la motorada se organiza un debate excesivo para una celebración que no supera los dos o tres días anuales y que, por supuesto, hay algunos portuenses, cuya ubicación residencial les impide escuchar una sola moto, a los que el mayor problema que la concentración les provoca reside en la dolorosa circunstancia de ver cómo otros ganan dinero sin que ellos ingresen un céntimo.
Ahora que la coyuntura financiera es de tal calado que algunos ayuntamientos someten a votación ubicar cultivos de marihuana o cementerios atómicos, y otros van a ser fusionados cual cajas de ahorros, nuestros gobernantes locales, con buen criterio, han optado por preferir en primera instancia los euros sobre los decibelios y actuar después con mayor contundencia sonora si hubiera lugar, en vez de instalar masivamente badenes preventivos.
El Puerto de Santa María pasó de ser un paraíso motero a observar a los recién llegados, en uno de esos movimientos pendulares de la historia, con inaudito desprecio, y conste que quien esto escribe jamás ha tenido una moto en su vida y obvia las retransmisiones televisivas de dichos campeonatos por aburrirle en grado sumo.
El gran problema de la motorada residió en que aquellos que obtenían beneficios de la misma (la hostelería, fundamentalmente, pero también ciudadanos particulares) perdieron la batalla mediática ante quienes la denostaban, y la perdieron por la causa más dolorosa: la incomparecencia. Ahora la extensión global de la penuria, entre otros factores ya citados al principio, viene a compensar aquel absurdo silencio.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
29 de Abril de 2012

domingo, 15 de abril de 2012

LA REALIDAD Y EL LATIDO

Hay ocasiones en que la existencia acaba venciéndole a uno y le conmina a escribir columnas que parten de hechos que no sólo no habría deseado, sino que ni siquiera cruzaban los territorios de su imaginación.

El Hotel Duques de Medinaceli cerró sus puertas al público hace unas semanas y todo indica que mañana lo hará el Hotel Monasterio San Miguel. Aunque lo más probable es que ambos centros mejoren sus perspectivas, pues se trata de negocios sobre los que varios operadores ya han mostrado interés, la situación al día de hoy refleja la lógica zozobra de quienes laboran en ellos, pues un puesto de trabajo no es solamente, con ser bastante, un lugar en el que se desarrolla cierta actividad por la que se recibe un salario del que posteriormente se rinden cuentas a Hacienda: también constituye un enclave desde el que las personas apuntalan sueños y ambiciones legítimas y al que entregan parte de sus vidas, pues no otra cosa son el tiempo y sus afanes.

Me unen, además, circunstancias personales a ambos establecimientos, circunstancias que he ido recreando en la memoria, como las diversas celebraciones familiares organizadas en el Monasterio, lugar sobre el que informé de su notable vida cultural en mi etapa de Telepuerto, o la conducción del acto de presentación social del Duques, allá por 2002.

La sorpresa de los turistas alojados estos días en el Monasterio cuando contemplan a su plantilla protestando en la puerta, en una movilización que nada tiene que ver con el sosiego que espera encontrar el viajero, o las lágrimas de una limpiadora mientras abrillanta los cristales de una habitación en la que en breve nadie se alojará, constituyen dos de los iconos locales de esta maldita crisis, que tanto daño provoca a trabajadores y empresarios.

Quiero lanzar un humilde y sincero mensaje de ánimo y afecto al grupo humano de los dos hoteles.

Ojalá que el futuro se torne más justo y alegre para quienes tanto han hecho por la felicidad de los demás y que la Plaza de los Jazmines y la calle Larga recuperen esa parte de su latido sin el que estas dos vías de la ciudad ya no se reconocen.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

15 de Abril de 2012

domingo, 1 de abril de 2012

LOS DAAGUAS

Uno de los especímenes más tediosos y espiritualmente mediocres de El Puerto es el daagua, ese individuo que, sin el menor sustento científico, sin haber siquiera mirado la previsión metereológica, se dedica a pronosticar lluvias cada vez que alguna festividad que pueda suponer el disfrute ajeno osa rondar el almanaque.

Encharcados en el pozo abisal de su malajería, la Semana Santa (si el daagua es ateo su saborición se acrecienta) y, por supuesto, la Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino, constituyen sus dos piezas más preciadas (aunque tampoco renieguen del carnaval, la Patrona, la Virgen del Carmen y eventos de más reciente estreno, como San Antón).

Si uno se atiene al consuetudinario designio del daagua, El Puerto de Santa María es la ciudad más pluviosa del mundo, capaz de superar al mítico Macondo de García Márquez, donde las nubes vaciaron su vientre, sin el menor descanso, cuatro años, once meses y dos días.

Cualquier indicio, por irracional que parezca, se erige argumento irrefutable para el daagua en su incansable pasión hídrica: si el viento sopla hacia un lado, si sopla hacia otro, si no sopla, si la nube es grande, si la nube es pequeña, si no es ni grande ni pequeña, si les duele el hueso del culo o si llovió tal o cual día de hace quinientos años.

Desafiando cualquier tipo de prevención, los hay sabedores de que una edición Ferial se mojará antes incluso del comienzo del año que la acoge y que sufrirá la circunstancia desde la velada hasta la partida del último jartible en la noche del lunes.

Urge modificar la Constitución para que nuestro ordenamiento jurídico aumente su excelsitud permitiendo el ostracismo de los daaguas, un exilio perpetuo con localizaciones donde puedan saciar su sed, como, por ejemplo, el monte Waialeale, en Hawai, lugar paradisíaco en el que sus augurios se cumplirán unos 350 días anuales, o Bergen, hermoso enclave noruego que no defraudará sus empapadas predicciones.

Los daaguas desconocen el azar maquiávelico que la fortuna les depara: el día en que, sin duda, caerán chuzos de punta será el de sus respectivos funerales. Y, para colmo, no lo habrán adivinado.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

1 de Abril de 2012