jueves, 30 de septiembre de 2010

LA LUZ DEL OTOÑO

La luz del otoño se desenvuelve a veces en una cierta calidad brumosa. Si se compara, consciente o inconscientemente, con la del verano pudiera pensarse que los tonos del mar, de la piedra, de los pinos, han perdido parte de su vigor, de su incontestable fuerza cromática; en cambio, si se tiende a pensar en la estación recién llegada desde su estricta unicidad se descubre que el mundo se nos ofrece de una forma propia y tan válida como cualquier otra.
Nace el día más lento en las estribaciones de Doña Blanca, sabedor, quizá, de su destino, y muere sereno en el ocaso, resignado a él, lejos de esa batalla estival en la que el sol claudica, legando como herida un vibrante crepúsculo.
En mis paseos por la Puntilla, por Valdelagrana, por El Manantial, se me antoja descubrir más bajo el vuelo de las aves, más humilde o entregado a la tierra, más cercano a la palabra silente de las barcas, y acabo por pensar que el otoño es una estación telúrica, adherida a la tierra, una fase que marca distancias con la anterior, quién sabe si demasiado orgullosa y autosuficiente en la rotundidad de su azul, en esa llama encendida que cuando se apaga parece anunciar un pronto retorno.
A mí el otoño siempre me devuelve a la historia. Paseo por el yacimiento fenicio y me resulta natural intuir la afanosa vida de aquellos lejanos antepasados, camino frente al Castillo de San Marcos y recreo el afán con el que se cuidaba una edificación sagrada en su simbolismo de ofrenda religiosa por una victoria militar, mientras que en las calles Federico Rubio o Palacios mi mente intuye mejor esa frenética actividad que debió derivarse del encuentro con América, imaginando cómo aquellas pupilas encaramadas a los miradores dibujaban los perfiles de la inquietud. Incluso me asalta con dulzura el sosiego sacro en el que el vino duerme, activo, en las botas, hasta que una boca tibia, mano de nieve becqueriana, descubre el milagro de la solera.
Con frecuencia se atribuye a la luz del otoño una esencia melancólica, una profundidad triste, pero el indagar del espíritu acaba confiriéndole su virtud reveladora.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
30 de Septiembre de 2010

jueves, 16 de septiembre de 2010

TRAS LA PROCESIÓN

Regresaba a casa tras observar algunos momentos de la procesión de la Virgen de los Milagros y volvían a asaltarme reflexiones que llevan algunos años ensolerándose, así como otras nuevas, quizá más contingentes, nacidas al correr caprichoso de los tiempos.
Desde el obvio respeto al sentimiento religioso no dejaba de sorprenderme la circunstancia de que fuera imposible divisar en el cortejo a edil alguno de la izquierda política tradicional (PSOE e IU), como si el mito de las dos Españas (o los dos El Puertos, no sé) continuara, de alguna forma, vivo. Sólo los concejales de IP, de entre los que habitan el infierno de la oposición, acostumbran a desfilar con la Patrona, mientras que, por lo que respecta al equipo de gobierno (PP, PA y Gago), cree uno ver la extensión de todas las almas.
Por otra parte, la evidencia de que el próximo año se retorna a ese soberano y salvífico ejercicio de voluntad popular que constituye la cita con las urnas (una cosa así como una confesión civil ante los votantes, erigidos en párrocos que imponen la penitencia con papeletas en lugar de oraciones) me invitaba a elucubrar sobre quiénes de los representantes públicos que me brindaba la pasarela de la retina seguirían detentando acta en la comitiva siguiente: mi pronóstico se muestra firme ante algunos, situándolos en la confortabilidad del cielo (pese a que hay tránsitos que vagan por el limbo) y más dubitativo con otros, que penan en el purgatorio, esperando la redención digital de alcaldables, secretarios generales regionales o provinciales o inefables cuotas.
La ausencia más notoria será la de Fernando Gago, reserva espiritual del politransfuguismo terreno (en lo celeste viene actuando como ortodoxo hombre de partido). Gago, al menos, seguirá asistiendo a las procesiones cuando su mano silente (Aleixandre) desaparezca del horizonte de las sesiones plenarias: no sucede así con otros antiguos ediles, a quienes la pérdida de su condición de tales se vio acompañada de una repentina crisis de fe, como si con la medalla de concejales se les hubiese evaporado la certidumbre en el dogma.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
16 de Septiembre de 2010

jueves, 2 de septiembre de 2010

TIEMPO DE RETORNOS


La llegada de septiembre se reviste siempre de una simbología especial: la mayoría de los estudiantes regresan a su vida lectiva y numerosos adultos (más, en este caso, por inclinación sicológica que atendiendo a una estricta realidad) experimentan ese vértigo indefinido que se siente ante el comienzo de lo que tiende a interpretarse como un nuevo ciclo.

Los seres humanos incluimos un componente circular, una especie de superchería matemática que nos induce a olvidarnos de que cualquiera de los días que transita en aparente silencio sobre la presunta indiferencia de un calendario atesora entidad para erigirse en una definitiva inflexión. Septiembre y enero se alzan, así, como las dos grandes referencias de un no se sabe muy bien qué, como dos fronteras en las que contrastar deseos y frustraciones, en las que establecer balances y fijar propósitos, en las que advertirse vivo en cuanto examinado.

Pero el icono de este mes que inauguramos es, por encima de cualquier otro, un colegio. Cuando era pequeño el día uno de septiembre aparecía como un inevitable mal, una fecha que se presagiaba, mezclada entre el temor y la resignación, desde las jornadas postreras de agosto, sin que nada pudiera hacerse ante la inevitabilidad de su llegada, pese a que el sol seguía pugnando por enseñorear un cielo aún de esplendente azul. Los comerciantes de mi infancia de interior retiraban de los escaparates el alegre cromatismo de revistas y comics para ceder el sitio a los más rentables libros de texto (expresión tan recurrente como absurda, pues habría que preguntarse qué contienen los volúmenes no destinados a las aulas), mientras yo abandonaba el paseo por las vías céntricas refugiándome en una pequeña plazoleta, justo enfrente de mi casa, un espacio que pretendía acorazar frente al tiempo.

Estos días se hablará de la vendimia, de la Virgen de los Milagros, del fin de la temporada de playas, pero mi imagen de septiembre continúa siendo la reciedumbre de una cartera sobre la espalda tierna, y como asaltada, de un niño que acude a su destino entre calles de repente ajenas.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
2 de Septiembre de 2010