domingo, 27 de noviembre de 2011

EN EL MUNDO DE SERNY

Contemplar la pintura de Ricardo Summers e Isern, Serny, gracias a la exposición que la Academia de Bellas Artes organiza en el Centro Cultural Alfonso X, mientras la lluvia extiende su manto en la mañana de sábado, resulta una grata experiencia: las calles desdibujan sus perfiles bajo el imperio gris en que las horas se resuelven, el exterior se sumerge en un blanco y negro que guarda algo de melancolía cinematográfica, pero yo estoy guarnecido en el color del artista, en la alegría desinhibida de su carnaval, en la comodidad urbana y burguesa de un matrimonio o de una niña, en el magnetismo que desprende una mirada o un avallador desnudo de mujer.




Gracias a la labor de instituciones como la Academia Santa Cecilia, podemos recuperar para la retina la obra de grandes pintores portuenses. Hace unos meses era Ochoa quien nos deslumbraba descifrando la vida en trazos, y ahora lo hace Serny, cuyos ojos nacieron a la luz en El Puerto, de donde partió con solo tres años, pero a cuyo vientre se sintió siempre unido, con esa fidelidad que los espíritus sensibles tienen para con sus orígenes, por mucho que los vaivenes de la vida les alejen geográficamente de ellos.




Entre sus muchas facetas, siempre relacionadas con el dibujo, Serny fue un gran ilustrador editorial. En mis paseos por la muestra, me he detenido con gozo en el modo con que ensalzaba cuentos o revistas, en esa consagración artística que antes se ofrendaba a publicaciones que, con el paso de las décadas, se han ido despersonalizando en una mal entendida industrialización.




Cuando abandono la sala, que he visitado en la compañía silente y abstraída de quienes también se asilaron en el mundo de Serny, y emprendo el camino a la Plaza de los Jazmines por una calle Larga que los ciudadanos han entregado a la lluvia, por mi mente aún transitan sus retratos femeninos, a medias entre la realidad y el sueño, sus intensos cromatismos, y me creo caminar imbuido de esa felicidad vivaracha de españoles que no podían imaginar que, muy poco después, su país se sumergiría durante décadas en un gris mucho menos natural e inocente que el de una mañana de sábado.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
27 de Noviembre de 2011

domingo, 13 de noviembre de 2011

EL ALMA Y EL PAISAJE

Padre, ahora que habitas esa región donde las sombras son blancas, ese espacio invulnerable al tiempo, a la herida de los días, a todo mal, siento que tu mirada me observa con el calor de una mano cómplice, y que, de algún modo, paseas conmigo, sin que yo pueda verte ni tocarte, por entre las calles palaciegas, por los caminos lindantes con el río, por las playas donde tus pies dibujan huellas de invisible espuma.


Los paisajes son siempre un latido del corazón. Uno mira al horizonte y, quizá sin darse cuenta, está viendo algo más que un juego de tonalidades sobre una línea difusa, perdida en la lejanía: por encima de las formas más o menos caprichosas de las nubes, libres en sus caminos, por sobre los matices con que la luz se viste, el infinito es el color de los ojos de otras personas, un color que se adueña de nuestra pupila, tan dulcemente, que creemos ser nosotros quienes seguimos contemplando.


Ahora, padre, que caminas firme por esa tierra inescrutable, mientras el aire se acuna, enamorado, en ti, somos los tuyos quienes quisiéramos retroceder en los años, volver a aquellas mañanas colegiales, a las tardes extensas de la infancia, regresar a la tertulia nocturna, a las fiestas de los martes, la única jornada de tu descanso hostelero, ese día que para tantos era un tránsito en el calendario y que en casa se adornaba de inusitada significación.


Las matemáticas formulan que una ausencia es igual a un recuerdo y a muchas preguntas. Tú entenderás que busquemos, torpemente, en las palabras, ya que sólo conseguimos intuirte, adivinarte, mirar al cielo en pos de una señal. Y entenderás nuestro dolor, puñal que nos torna más humanos. Tú entenderás que tantas cosas que antes te decían son las mismas que ya claman por el destino de tu nombre, entenderás lo difícil que se hace esta columna, donde las líneas se antojan muy estrechas para el sentimiento y uno sufre, más que nunca, ese abismo entre lo que expresan los caracteres y lo que grita la sangre.


Entenderás que aquí quedamos en la orfandad irremediable, cautivos de un pasado que no nos pertenece, perdidos en un presente ajeno, versos que ya nunca pueden componer un poema.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

13 de Noviembre de 2011