jueves, 23 de octubre de 2008

LA BANDERA

Asistí el pasado domingo 12 al homenaje celebrado a la bandera en el Día de la Fiesta Nacional y me sorprendió la ausencia de representantes de hasta cuatro formaciones políticas (PSOE, IP, IU y PA) a la cita convocada por el Ayuntamiento, en la que sí estaban varios ediles del PP, encabezados por el alcalde, Enrique Moresco y el concejal oficialmente no adscrito (en realidad, adscrito a sí mismo) Fernando Gago.
Una de las cosas que no puedo entender de este bendito país es ese desapego, cuando no directamente hostilidad, que desde algunos ámbitos se manifiesta (en ocasiones con notable hipocresía) para con la bandera española, que no deja de ser un emblema plenamente democrático que une a todos los que se consideran españoles (si algunos nacidos en el territorio patrio, residentes habituales en el mismo y con árbol genealógico nativo sufren crisis de identidad y se sienten finlandeses o paraguayos alguna que otra veleidosa tarde debe ser ya otra cuestión). Una parte significativa de la intelectualidad progreguay ha venido azuzando a la bandera como si ella tuviese la culpa de que el país sufriese una dictadura o como si las fronteras fuesen un mal en sí mismo, cuando, utopías aparte que, de cumplirse, podrían ser espléndidas, lo cierto es que los límites territoriales aportan significativas ventajas, como vivir en un país libre en el que las mujeres no pasean con un burka por la calle ni se gasea a nadie por manifestar pensamientos distintos del gobernante. Aquí, en España, hemos vivido debates tan gloriosos como el tamaño de la bandera instalada en la Plaza Colón cuando gobernaba el PP (después, con Zapatero, que ha seguido homenajeando a la insignia y asistiendo a los desfiles militares, el progreguaísmo prefirió refugiarse en el silencio y abandonar las ironías, mostrando una vez más su habitual coherencia y criterio independiente). Deberíamos, como las naciones de nuestro entorno (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia…) ser más afectuosos con nuestra bandera: nos iría algo mejor y no se caería en la paradoja de blandirla cuando triunfa la selección española de fútbol y mirar después para otro lado, obedeciendo a no se sabe qué estúpidos complejos.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
23 de Octubre de 2.008

domingo, 12 de octubre de 2008

PLIEGOS DE POESÍA



La Diputación de Cádiz ha presentado en la Fundación Alberti los cuatro ejemplares más recientes editados dentro de la serie “Siete mares”, colección de pliegos de poesía de autores gaditanos que dirige Mercedes Escolano. A veces los versos no se enmarcan en el formato clásico y previsible de un libro, sino que nos asombran desde una apariencia más leve y grácil, aquélla sobre la que se esforzaban los amanuenses medievales o las manos decimonónicas de un tipógrafo.
Escribe Luis García Gil (“Las gafas de Allen”) sobre esa relación entre el cine y la vida, sobre la duda de un plano o la duda de la razón y también sobre el amor, su resumen en un nombre, el ensimismamiento de la música, la infinitud de su latido o el secreto íntimo que siempre parece esconder una ciudad.
Josela Maturana (“Mar de cloro”) nos habla de la pérdida de los recuerdos, su borrosidad, tejiendo metáforas marinas, esa inmensa pregunta que es un faro clausurado, ese cloro que supone todo lo hostil al espíritu y, al tiempo, ese agua donde puede dibujarse la esperanza.
Vicente Vegazo (“El sueño de la razón”) reflexiona en torno a personas o personajes tocados de algún modo por la desgracia, a veces por la falta de escrúpulos y su visión es hondamente pesimista ante un hombre sumido al veleidoso azar.
Ángel Mendoza (“Luz de hospital”) traza unas duras y hermosas composiciones en las que la memoria tristemente huida es su motivo de reflexión y lo hace desde esa sensibilidad que ya había desvelado en libros suyos anteriores, sabiendo detenerse en las pequeñas cosas para, desde ellas, expresar los grandes sentimientos, unas composiciones donde la niñez, la juventud, asoman clamando.
Posteriormente a la presentación, que nos concedió el valor añadido de escuchar algunos de los poemas en la voz de sus creadores, el público asistente tuvo la ocasión de conversar con esa serenidad que parece habérsenos arrebatado en la vorágine de los días y cuyo vuelo suele posar las alas en instituciones culturales como la propia Fundación Alberti, que El Puerto tiene el privilegio de disfrutar.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
9 de Octubre de 2.008