viernes, 23 de enero de 2009

FITUR

La Feria Internacional de Turismo, Fitur, que la próxima semana se desarrolla en Madrid, es uno de esos eventos cíclicos que, en su carácter de tal, plantea irreversibles reflexiones (se cumplen fitures al igual que años, primaveras o lunas, al igual que declaraciones de la renta, se cumplen incluso sin que uno se aperciba, con ese silencio que tiende a apostarse en las inercias). Fitur (hay quien la llama Fritur, por aquello de la gastronomía rebozada en aceite y quien la denomina Ficur, por esas facilidades que la debilidad de la carne encuentra en la discreción de la noche y los anonimatos planetarios de la gran urbe) es algo así como el Carrefour la tarde de Nochebuena, una de esas localizaciones donde acabas encontrando gente que, de otro modo, morirías sin ver, de forma que, en el frenético deambular por los pasillos de los ejecutivos ortodoxos, de los variados exotismos, te asaltan repentinas conclusiones existencialistas, demoledores vaivenes del pesimismo al júbilo.
Los políticos, cuando tiritan de frío en la oposición, acostumbran a criticar los gastos que supone acudir a este necesario certamen de vanidades pero, posteriormente, si las decisiones ciudadanas, o los acuerdos partidarios, les otorgan la gracia de situarles en el poder, no dudan en acudir con renovados bríos, aferrados a la poltrona con el mismo ímpetu que al stand, deseando acaparar metros cuadrados con una pasión de conquistador administrativo.
Yo, que soy uno de esos raros especímenes que algunos años ha declinado ir a Fitur (algo tan infrecuente en España como declinar ser ministro o presidente del Real Madrid) y que cuento con una cierta experiencia parqueferialesca (mi primera expedición data de 1.991, cuando todavía restaban espacios libres) he podido comprobar que Fitur constituye una metáfora del coche oficial (si no mandas, te apean de él) y que el Parque Juan Carlos I se erige como inmenso Google, en el que si no estás, no eres. Nadie resulta neutral ante Fitur, evento sobre el que todos se pronuncian, sobre el que se opina, con o sin conocimiento. Ya lo dijo Andreotti: Fitur desgasta, sobre todo al que no va.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
22 de Enero de 2.009

sábado, 10 de enero de 2009

LA NAVIDAD ES LA NAVIDAD

La Navidad es la Navidad, un tiempo en el que la Iglesia Católica conmemora el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, enviado para salvar a los hombres: todo lo demás será otras cosas, pero no Navidad. Lo digo, por ejemplo, en relación a promos televisivas progreguays que quieren inventar una especie de Navidad laica, concepto absurdo donde los haya y que no hace sino ridiculizar a quienes pretenden instaurarlo, muy molestos (pese a la tolerancia que se autoatribuyen a diario) con el hecho de que haya personas, mire usted por dónde, que se consideran cristianas, una creencia por la que hay gente que ha dejado sus piernas, sus brazos, o, directamente, sus vidas, en remotos poblados de África, mientras que nos resta por saber si los hipotéticos solidarios oficiales que aquí, en una parte del mundo bastante más confortable, nos encontramos con frecuencia, se dignan a ofrendar un cómplice “buenos días” a su vecino.
Cada cual es libre de tener fe o de no tenerla, pero se echa en falta cierta coherencia ética y estética, por la cual no encarnen a los Reyes Magos quienes, en privado, presumen de agnosticismo o ateísmo, porque los Reyes Magos son una figura teológica, no los contratados temporales de alguna multinacional juguetera que sirven para distraer la tarde montado en una carroza o para alimentar vanidades. También sería de agradecer, ya por una concesión al buen gusto, la eliminación de tantas felicitaciones ambiguas, porque o se felicita la Navidad, o el nuevo año, o ambas cosas a la vez, pero hay quienes pretenden que sus postales naden entre dos aguas, para no molestar a los hipotéticos recipiendarios de una y otra condición, de modo que al final te encuentras con engrendros seudomitológicos o diseños forzados hasta el extremo y ya no sabes si estás viendo el portal de Belén o una boca de metro, la Estrella de Oriente o una traca valenciana. En la misma línea y para respetarse a sí mismos, quienes tanto denostan las prácticas católicas pueden ir a trabajar, entre otras jornadas, el jueves y viernes santo, el día de Navidad, o el de la patrona aquí en El Puerto y dejarse de encadenar puentes con una precisión ingenieril superior a la de Norman Foster.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
8 de Enero de 2.009