domingo, 30 de septiembre de 2012

RUMBA Y YO



La convocatoria del Primer Festival Canino, que hoy tiene lugar en el Parque de la Paz, en Valdelagrana, ha suscitado en mi espíritu diversas reflexiones sobre los perros y, en concreto, sobre la relación que mantengo con el mío, Rumba, una perra cercana a yorkshire por parte de madre y próxima a vaya usted a saber qué por parte de padre.

Pese a provenir de Alcalá de los Gazules, donde me la entregó un cámara compañero de trabajo, Rumba no parece especialmente preocupada por los vaivenes del socialismo democrático: es más, con el paso de los meses tiende a dejar atrás las anárquicas inquietudes propias de un cachorro para denotar un espíritu crecientemente aristocrático, acomodaticio diría, orientación que se vislumbra de manera especial cuando el otoño apunta su matiz grisáceo en el horizonte. Podría asegurarse, incluso, que, en contra de su origen, Rumba se está derechizando, presa de un neoconservadurismo en cuya base ideológica late no poco de conveniencia, y en ocasiones me parece que hasta es consciente de ello y que lo asume como parte de una evolución que juzga instintiva y natural.

Llegado a esta altura, he de advertir que no participo de esas correspondencias que suelen publicarse cansinamente en las redes sociales, con estéticas un tanto cursis, y que filosofan en torno a la relación entre personas y animales: al contrario de lo que acostumbra a predicarse, se puede ser muy cariñoso con los animales y un perfecto hijo de puta en otros diversos ámbitos, al igual que hay quienes no soportan la compañía de un can o de un gato y resultan individuos sensibles y de gran humanidad.

La creciente responsabilidad para con los animales es otra muestra de nuestro progreso social, aunque esa observancia no puede anular, ni ensombrecer lo más mínimo, la que debe mostrarse por nuestros correlatos homínidos.

El Primer Festival Canino es una iniciativa plausible, inspirada en la preocupación por el bienestar de otros seres vivos, y oportuna: a su modo, los perros también están siendo víctimas de una crisis que sólo respeta a los presidentes de bancos quebrados y cajas de ahorro insolventes. 

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
30 de Septiembre de 2012

domingo, 16 de septiembre de 2012

RETORNO A CLASE


La tradicionalmente conocida como “vuelta al cole” es siempre un regreso a la infancia. Pocas cosas como el retorno de los pequeños a las aulas inspiran en los adultos esa capacidad de entornar la memoria, de volver hacia atrás el discurrir del tiempo, de modo que nos vemos, de pronto, movidos por algún suceso mágico, levantándonos temprano, con el sueño aún prendido en la mirada, desayunando inercialmente y sin apetencia, con una pesada cartera después, envueltos en ilusiones o en miedos, conocedores de nuestro destino los siguientes meses, hasta el nuevo triunfo del verano.

Septiembre siempre ha sido un mes especial. Recuerdo que cada vez que asomaba en el calendario se presagiaba un mundo distinto, un mundo que rompía aquel paraíso que junio parecía anunciar infinito, invulnerable, y al que de repente descubríamos fecha de caducidad. Las tardes inmensas, victoriosas de azul, del estío más canónico, iban cediendo poco a poco su galanura al crepúsculo y los fuertes calores tendían a suavizarse, incluso a perderse en alguna mañana ya fresca, hasta que, al fin, me levantaba dispuesto a sojuzgarme a la disciplina, a jornadas escolares más extenuantes que las actuales, en aulas más masificadas, pero en una sociedad que valoraba el esfuerzo, la disciplina y el respeto al profesorado con un énfasis que hoy se echa en falta, sepultado en esa lápida, a veces tan estúpida, de lo políticamente incorrecto.

Cuando los pequeños emprendían el pasado lunes el camino de las aulas, un camino que mañana inician los estudiantes de Secundaria y Bachillerato, uno se adentra en aquellos momentos en los que se especulaba sobre los listados de clase, la posibilidad de que siguieran con nosotros compañeros apreciados, y también, quizá, la de librarnos de alguno al que tuviésemos en menor estima, momentos en los que se establecían cábalas sobre la figura del tutor, un examen previo que pocos docentes parecían superar.

Y es que la tradicionalmente conocida como “vuelta al cole” constituye, también, una vuelta a nosotros mismos, a esa parte que tendemos a creer desaparecida, pero que, de algún modo, en alguna parte, sigue latiendo.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
16 de Septiembre de 2012

domingo, 2 de septiembre de 2012

EL PUERTO DE CINE


La proyección al fin, seis años después de su rodaje, de “Manolete”, la cinta grabada, entre otros lugares, en El Puerto de Santa María, constituye una noticia tan buena como singular para los portuenses, que pueden disfrutar de la curiosidad cotilla de husmear entre el público que asiste a la que sería última corrida del diestro buscando la complicidad de fijar algún rostro familiar en los tendidos de nuestra Plaza Real, descubriendo la novedosa sensación de cómo se llega a observar una película más atento a los extras que al protagonista.

El notable retraso en la emisión (se comprende que todo aquello en lo que la ciudad anda metida acaba sufriendo una suerte de condena temporal a la que no escapa ni el ámbito cinematográfico) ha desvirtuado bastante la expectación en torno a este trabajo, pero, como me niego a participar de ese silencio con el que El Puerto despacha todo aquello que consiga ensalzarlo (en contraposición a la traca mediática en la que se volcarían enclaves del entorno en circunstancia similar) valga esta columna /recordatorio para que la exhibición pase algo menos desapercibida, teniéndola tan a mano como la tenemos en las salas de Bahía Mar.

La película no es magnífica, pero se puede ver, si uno no resulta excesivamente pejiguera o entiende de cine tanto como de vinos (obvios aciertos compensan aspectos menos conseguidos por Meyjes) y ofrece a los espectadores locales la posibilidad de atender a las calles que transitan habitualmente como escenarios de localizaciones para el séptimo arte, con intérpretes tan significativos como Adrien Brody o Penélope Cruz.

Habrá que confiar en que, una vez sea posible, desde el Ayuntamiento se programe esta cinta en alguno de sus ciclos culturales, acompañando a eminentes producciones vietnamitas, surcoreanas, libias o finlandesas, de cuyo interés existencial no oso dudar.

Con sus años de demora y todo, y pese al atisbo de cierta decepción por una obra que debería haber llegado a más (presupuesto y actores mediantes) “Manolete” constituye otro ejemplo de que esta ciudad merece mayor estima de la que acostumbran a concederle sus propios habitantes.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
2 de Septiembre de 2012