domingo, 22 de octubre de 2017

DIMENSIONES DE LA LLUVIA


No soy una persona dada a hablar de la meteorología: con las excepciones que se produzcan, me parece que se limita a calor en el verano y frío en el invierno y me sorprende la persistencia con la que protagoniza numerosas conversaciones cuando hay otros temas más atractivos y variables para el diálogo. Pero reconozco que esta semana sí estaba pendiente de la llegada de la lluvia. Hacía mucho que no se la distinguía y cayó al fin, como saludando al miércoles recién nacido, mientras la ciudad se aprestaba al descanso, para ir después ensañándose en su fluir.

La lluvia suele invocar la infancia, acercarnos a cierta comunión con la tierra, recordarnos que somos parte de la naturaleza y que, nos guste o no, nos sometemos a ella, a veces incluso terriblemente. El agua siempre reviste algo de purificador y prístino y, según las circunstancias, hasta llega a resultarnos grata, inspirarnos la felicidad de contactar con la entrega que las nubes hacen de su misterio.

En una perspectiva menos lírica, lo cierto es que la derivación en diluvio reveló de nuevo los problemas que El Puerto acostumbra a padecer en dichos lances. También el debate se mantiene: ¿en qué medida la actuación pública posee la capacidad de desempeñarse más eficazmente ante estas situaciones y en cuál nos encontramos frente a imponderables contra los que poco consigue hacerse? De nuevo el estado de las alcantarillas ha centrado parte de la controversia.


Creo que en lo ocurrido el pasado miércoles nos hayamos con que, de un lado, sí es posible hacer más y con que, de otro, hay fenómenos naturales cuya fuerza se sobrepone a la previsión, pero hay un aspecto en el que la responsabilidad se dilucida con más claridad: la diligencia posterior a las precipitaciones. Medio Ambiente ha puesto en marcha un dispositivo especial de limpieza que elimine restos de arena y fango en calles del centro como Larga, Misericordia o Ganado. La medida llegaba tras las quejas de los comerciantes, quienes, escoba y fregona en ristre, lamentaban una presunta dejación municipal de funciones, lo que invita a pensar que la intervención debió ser más pronta.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
22 de Octubre de 2017

domingo, 8 de octubre de 2017

CON LA CARTA MAGNA


La democracia española vive estos días, con el intento de secesión de Cataluña, los momentos más graves desde el 23-F. La coyuntura resulta tan delicada que sorprende que algunos no parezcan ser conscientes de ella y que otros defiendan tesis insostenibles, considerando que el derecho a decidir de unos pocos es más justo que el derecho a decidir de todos.

Dejaré que los próximos acontecimientos me permitan formarme una opinión más rotunda sobre la eficacia de la estrategia de Mariano Rajoy, aunque, en todo caso, está haciendo lo que tiene que hacer un presidente del Gobierno de España: plantar cara a quienes buscan una Cataluña independiente.

Lo que sí concluyo es mi juicio positivo sobre el apoyo de Ciudadanos al Gobierno (se estará o no de acuerdo con Rivera, pero las ideas las tiene claras) y mi crítica a las posiciones de los dos principales líderes de la oposición: el socialista Pedro Sánchez y el podemita Pablo Iglesias. Resulta lamentable que ambos, movidos por el afán de procurar el desgaste del gabinete de Rajoy a cualquier precio, continúen empleando la palabra “diálogo” para con quienes, encabezados por el presidente de la Generalidad, Puigdemont, protagonizan un acto golpista. ¿Pueden explicar con precisión, más allá del lirismo del término, qué hay que dialogar entre dos posturas antagónicas, la de los constitucionalistas y la de los independentistas, cuando además sólo una, la de los constitucionalistas, viene del brazo de la legalidad, explicar qué clase de izquierda es aquélla tan proclive a escuchar a movimientos defensores de la teoría más reaccionaria posible, la que reclama quedarse el dinero para sí desatendiendo cualquier principio de solidaridad?


Quiero reflejar también que quienes se han concentrado en la Plaza Isaac Peral con banderas constitucionales de España y quienes lo hacen, en tantos y tantos lugares del país, en contra de la segregación catalana no son fascistas. Tildarlos de tales sólo puede provenir de la ignorancia o de un sectarismo que no condena dictaduras como la cubana o la venezolana y pretende después ofrecer lecciones jurídicas.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
8 de Octubre de 2017