domingo, 15 de febrero de 2015

EL HOMBRE INEXPUGNABLE


Hay noticias que, de reiteradas, nos hacen mayores, nos avivan la memoria, nos inducen a pensar en los informativos de televisión y radio, en los periódicos, que uno lleva detrás, en la incesante inercia de la vida. Ecologistas en Acción ha vuelto a pedir la destitución de Antonio Caraballo como jefe de servicio del área municipal de Medio Ambiente. Es probable que ni siquiera el colectivo conservacionista sepa cifrar el número de ocasiones en que ha formulado tal solicitud, tan propia de él que pareciera formar parte de su articulado estatutario, de su verde ADN.

De entre las variopintas vicisitudes del asunto, recuerdo que hasta se constituyó en su día una comisión compuesta por los grupos políticos con representación en el pleno y el citado Ecologistas, algunos de cuyos miembros no escondían la voluntad de conseguir su defenestración, para lo cual estrujaron los códices occidentales de los derechos administrativo y laboral. Aquel peculiar club de fans tuvo que desistir de su objetivo tras incontables y exhaustas reuniones: cuando se creó la noción de Medio Ambiente, Caraballo ya estaba allí. 

Todo pasa y nada queda, excepto Caraballo en su puesto, cual principio inmutable de la física. El hombre a quien se atribuía lo bueno y lo malo que sucedía en El Puerto (tenía sus rendidos hagiógrafos y sus pertinaces odiadores), el hombre al que uno de sus amigos definió como INEM ambulante en los tiempos de máximo poder (épocas de la alcaldía socialista y primera mitad hernandiana), vive hoy retirado en la invencible atalaya funcionarial que él denomina cuarteles de invierno, sin temor a Podemos, indiferente a los vaivenes del euro, al futuro de la monarquía, yendo de sus árboles a sus asuntos.


De entre las poliédricas perspectivas que proyecta su figura, debe subrayarse que Antonio Caraballo, el hombre tan satisfecho de sí mismo que, en coherencia, decidió autocontratarse, creó escuela, pero escuela sin alumnos aprobados; hay quienes quisieron ser como él, espíritu que guiaba a algunos de sus enemigos, mas nunca llegaron a lograrlo, pues Caraballo sólo hay uno (bueno, dos: con barba y sin ella).

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
15 de Febrero de 2015

domingo, 1 de febrero de 2015

ENCICLOPEDIA NO ESCRITA


La historia de una ciudad es también la historia de sus bares. Enrique Pérez Fernández lo sabe muy bien y su trabajo concienzudo nos permite gozar de “Tabernas y bares con solera. Una historia de la hostelería en El Puerto de Santa María”, un libro de Ediciones El Boletín que tuvo sus orígenes en artículos publicados en este periódico hace veinte años y en un volumen, ahora ampliado, que dio a la luz la entonces Asociación de Hosteleros Portuenses poco antes de asomar el nuevo siglo.

Las investigaciones de Pérez Fernández, un apasionado del ayer local que ya se interesó por parajes como el río Guadalete o el Parque Calderón, tienen esa virtud de hacer presente lo pretérito, y deparan un legado cuya importante valía hay que reseñar y aplaudir, a la espera de un reconocimiento institucional que a uno le parece ineludible.

En 336 páginas que hacen memoria de más de 500 establecimientos existentes entre 1750 y 1975, con la información precisa que aportan 217 fotografías, cabe mucha vida.  Tras las barras de cantinas, mesones, cervecerías o tabancos late el pulso de cada sociedad, se pueden comprobar las inquietudes y las alegrías de la gente, los miedos que los inquietaban y las esperanzas que los vencían.

“La Burra”, “La tienda de Rueda” o el restaurante “La Fuentecilla”, por citar algunos de los locales nombrados, son lugares más ricos para el conocimiento de una época que la sobriedad papirológica de un Registro Civil. Los atuendos, las miradas, los mobiliarios, la camaradería que resucitan las instantáneas, nos sirven para retrotraernos a una época, en algunos casos no tan lejana, desde una óptica que dista de ser la intelectual ortodoxa y que quizá por ello se nos revela mucho más escrutadora y atrayente.

Si los libros pudiesen transcribir las reuniones que se desarrollaron en aquellos ámbitos se mostrarían más sabios, más certeros en su afán de precisar la personalidad de nuestros antecesores, el contexto que les rodeaba. Esos bares ya extintos son volúmenes en blanco en los anaqueles del pasado y las conversaciones que allí se mantuvieron ecos perdidos de una enciclopedia nunca escrita.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
1 de Febrero de 2015