jueves, 17 de febrero de 2011

MUNDO ANTISOCIAL

La campaña que el Foro Social Portuense desarrolla bajo el lema “Soy víctima de banqueros y especuladores”, que incluye una recogida de firmas para solicitar al Gobierno el establecimiento de una renta básica de supervivencia, me ha hecho reflexionar sobre diversos aspectos de la crisis económica que padecemos, una coyuntura que provoca situaciones, además de injustas, directamente esperpénticas.

Habría que comenzar apuntando que el Fondo Monetario Internacional, la primera organización económica del mundo, con 1.200 expertos en plantilla, fue incapaz de prever el desastre, según admite un informe autocrítico del propio organismo que viene a respaldar la teoría de que los economistas son esas personas que explican, pormenorizadamente, las causas de lo que ocurre… una vez ya ha ocurrido.

Después podríamos fijarnos en que en España el Estado ha tenido que prestar dinero a varias cajas de ahorros, una entidad cuya definición futura admite todo tipo de apuestas. Los ciudadanos tienen derecho a preguntarse (entre otras cosas porque nadie les informa) cuánta cantidad y en qué condiciones se presta y a cambio de qué, pues no consta que el auxilio (otorgado, por cierto, a dichas entidades y no a particulares, que esa es otra) haya derivado en una mayor fluidez del crédito ni en una suavización de las relaciones entre la población civil y las entidades financieras, esas empresas cuya publicidad se deshace en ofrecernos todo el apoyo del mundo y en las que te encuentras de continuo con que hasta el descuajaringado bolígrafo que firma los recibos se contabiliza por la fusión fría de una férrea cadena.

La crisis que nos desangra debe servir, de momento, para eliminar los bonus a ejecutivos de entidades que han gozado de la salvífica munificencia del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria y para cambiar diversos aspectos de la legislación que rige las hipotecas: insatisfechas con recibir la casa cuando no se puede pagar, vivienda cuyo valor es ya mucho más alto que la deuda contraída por el cliente, las instituciones crediticias exigen hasta el alma.

Francisco Lambea

Diario de Cádiz

17 de Febrero de 2011

jueves, 3 de febrero de 2011

FUNDACIONES FUNDIDAS

Con frecuencia me pregunto por qué los responsables públicos, sea cual sea su nivel, inciden tanto en la importancia de la educación y, en cambio, liquidan las partidas culturales de los presupuestos a poco que los mercados blanden amenazantes la prima de riesgo de la deuda.
Aquí, en El Puerto, la ciudad de las fundaciones desfondadas, a veces, directamente, de las fundaciones fundidas, cinco instituciones (Alberti, Muñoz Seca, Goytisolo, José Luis Tejada y Manolo Prieto) sufren su crisis particular, lindante ya con su propia existencia. Si la “inesperada noche de tormenta” en la que Alberti nació se hubiese producido en Jerez o en Cádiz seguro estoy de que la entidad no se encontraría esperando ahora el informe municipal previo a su disolución definitiva, condenada a ese río del olvido que constituyen las corrientes de las frágiles memorias. Cumplida dicha hipótesis geográfica, se sabría el paradero de los bigotes de don Pedro Muñoz Seca, un comediógrafo genial con cuyo legado se viene ejerciendo una especie de teatro del absurdo, y habría más justicia para con el talento de José Luis Tejada, posibilitando, por ejemplo, una edición muy especial de sus obras completas. También se atendería mejor a Luis Goytisolo, a quien habría que agradecer, a estas alturas, que la decepción no se haya apoderado de su ímpetu tras organizar casi una veintena de simposios a los que han acudido grandes nombres españoles y extranjeros y contemplar, pese a todo, la lentitud con la que avanza la rehabilitación del Palacio de Purullena. Lo mismo creo de los herederos de Manolo Prieto, un portuense que ingenió, entre otras cosas, mira tú por dónde, un toro que se ha convertido en uno de los iconos nacionales (y conste que quien esto escribe no es, ni será, aficionado taurino).
Una ciudad supone algo más que un PGOU adaptado a la última normativa tecnocrática; es, también, el legado de sus pobladores, el espíritu de quienes, con su trabajo, difundieron el nombre del lugar en el que sus ojos se asomaron al milagro de la luz. Los gobernantes tienen la obligación de mantener esa mirada.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
3 de Febrero de 2011