FUNDACIONES FUNDIDAS
Con frecuencia me pregunto por qué los responsables públicos, sea cual sea su nivel, inciden tanto en la importancia de la educación y, en cambio, liquidan las partidas culturales de los presupuestos a poco que los mercados blanden amenazantes la prima de riesgo de la deuda.
Aquí, en El Puerto, la ciudad de las fundaciones desfondadas, a veces, directamente, de las fundaciones fundidas, cinco instituciones (Alberti, Muñoz Seca, Goytisolo, José Luis Tejada y Manolo Prieto) sufren su crisis particular, lindante ya con su propia existencia. Si la “inesperada noche de tormenta” en la que Alberti nació se hubiese producido en Jerez o en Cádiz seguro estoy de que la entidad no se encontraría esperando ahora el informe municipal previo a su disolución definitiva, condenada a ese río del olvido que constituyen las corrientes de las frágiles memorias. Cumplida dicha hipótesis geográfica, se sabría el paradero de los bigotes de don Pedro Muñoz Seca, un comediógrafo genial con cuyo legado se viene ejerciendo una especie de teatro del absurdo, y habría más justicia para con el talento de José Luis Tejada, posibilitando, por ejemplo, una edición muy especial de sus obras completas. También se atendería mejor a Luis Goytisolo, a quien habría que agradecer, a estas alturas, que la decepción no se haya apoderado de su ímpetu tras organizar casi una veintena de simposios a los que han acudido grandes nombres españoles y extranjeros y contemplar, pese a todo, la lentitud con la que avanza la rehabilitación del Palacio de Purullena. Lo mismo creo de los herederos de Manolo Prieto, un portuense que ingenió, entre otras cosas, mira tú por dónde, un toro que se ha convertido en uno de los iconos nacionales (y conste que quien esto escribe no es, ni será, aficionado taurino).
Una ciudad supone algo más que un PGOU adaptado a la última normativa tecnocrática; es, también, el legado de sus pobladores, el espíritu de quienes, con su trabajo, difundieron el nombre del lugar en el que sus ojos se asomaron al milagro de la luz. Los gobernantes tienen la obligación de mantener esa mirada.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
3 de Febrero de 2011
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