domingo, 19 de noviembre de 2017

LA IZQUIERDA Y LOS PACTOS


Uno de los problemas con los que suele encontrarse la izquierda en nuestro país es su dificultad para alcanzar pactos y, rubricados estos, los escollos que atraviesa para mantenerlos.

Aquí, en El Puerto, el tripartito se rubricó pronto, pues sus integrantes (PSOE, Levantemos e IU) necesitaban hacerlo para que no lograra la alcaldía la lista más votada, la del PP. El odio (si queremos dejarlo más políticamente correcto, la aversión) es un sentimiento que sirvió para una primera fase, la de obtener el poder, pero que viene resultando insuficiente para el ensamblaje posterior de una gestión que se extienda más allá de la simple referencia de haber imposibilitado un ejecutivo de derechas.

El alcalde, David de la Encina, echó a Levantemos cuando el acuerdo no había alcanzado el año por las trabas que los ediles de esta formación presentaban al parking de Pozos Dulces (aunque hay que suponer que obstaculizaron también otras gestiones que no trascendieron). Fue el capítulo inicial de esa contrariedad a que me refería en el inicio del escrito. Creo que el alcalde se precipitó y que los concejales de Levantemos pudieron, por su lado, poner las cosas más fáciles (de tanto jugar de farol en las partidas plenarias la expulsión les ha abocado a mostrar cara de póker).

Las quejas que IU manifiesta sobre el devenir de un ejecutivo ya en minoría suponen la segunda parte de las hostilidades. Cada vez que se difunden informaciones sobre las discrepancias de los socios de gobierno pierden votos los dos. Hasta el Foro Social, cual buena madre preocupada por el descarriamiento de los hijos, ha llamado a una reconciliación que evite, piensa la entidad, nada sospechosa de conservadurismo, “que no volvamos a contar con un gobierno progresista y social durante muchos años en El Puerto”.


Y es que la cuestión estriba en si David de la Encina, tras Moresco y Candón, acaba como el tercer alcalde al que desaloja el Plan de Ajuste, dejando un escenario despejado para los populares en una ciudad cuyo electorado les es sociológicamente favorable y que, tras la experiencia, no distraería sus fuerzas en abstencionismos suicidas ni experimentos farmacéuticos.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
19 de Noviembre de 2017 

domingo, 5 de noviembre de 2017

LA ÚLTIMA NEURONA


Estos compases iniciales de Noviembre, siempre trémulos, ultimo el poemario en homenaje a mi madre. O eso supongo, pues he creído haberle dado término ya alguna vez y me adentro de nuevo en él, surcando caminos que la tristeza angosta, pisando la tierra esquiva de la melancolía.

He tardado más de dos años y medio en decidirme a redactar esta columna: desconocía cómo hacerlo de modo que la honrara en toda su dimensión. Sigo sin saberlo pero he asumido que nunca se me antojará suficiente lo que le escriba, que nunca rozará, siquiera, su excelencia, por lo que entiendo pertinente dejar ahora el humilde testimonio de estas palabras.

Yo a mi madre, al igual que a mi padre, no les recuerdo nunca porque para recordar es necesario haber olvidado previamente y en mí laten con un impulso simultáneo al de mi consciencia.   

Al igual que sucedió con la desaparición de mi padre, la muerte de mi madre inauguró otra parte en mi vida, un tiempo signado por el hecho de ser siempre menos dichoso que el precedente, cuando ella estaba y la solidez de esa certeza parecía tan natural como la sucesión de los días y las noches o la inercia con que los años se enlazaban en el calendario. Aquel fatídico 9 de marzo de 2015 marcó la referencia cronológica de mi existir: antes, después. No desearía ella, desde luego, esta singularidad, pero así son las cosas y así es justo que se sientan. Su ausencia se erige como una herida que no espera en este mundo el consuelo de la cicatriz, pues la sangre ni crea una frontera para sí misma ni pretende coagularse sobre su propia memoria.

Cuando tiendo la vista al horizonte mis ojos acaban buscándola, multiplicándose. Peregrinos por el cielo se me llenan de preguntas. Convencido estoy de que, si llega a atacarme la enfermedad del alzheimer, ese aliado de la nieve oscura del olvido, habría una neurona, al menos una, que resistirá al mal: en esa postrera conexión terrena palpitaría la imagen de mi madre. Allí se mantendría hasta enlazar con la realidad celestial, más firme en cuanto infinita, en cuanto el presente sea el único tiempo posible, mágico e invulnerable.


Francisco Lambea
Diario de Cádiz
5 de Noviembre de 2017