LA ÚLTIMA NEURONA
Estos compases iniciales de Noviembre, siempre trémulos, ultimo
el poemario en homenaje a mi madre. O eso supongo, pues he creído haberle dado
término ya alguna vez y me adentro de nuevo en él, surcando caminos que la
tristeza angosta, pisando la tierra esquiva de la melancolía.
He tardado más de dos años y medio en decidirme a redactar
esta columna: desconocía cómo hacerlo de modo que la honrara en toda su
dimensión. Sigo sin saberlo pero he asumido que nunca se me antojará suficiente
lo que le escriba, que nunca rozará, siquiera, su excelencia, por lo que entiendo
pertinente dejar ahora el humilde testimonio de estas palabras.
Yo a mi madre, al igual que a mi padre, no les recuerdo nunca
porque para recordar es necesario haber olvidado previamente y en mí laten con
un impulso simultáneo al de mi consciencia.
Al igual que sucedió con la desaparición de mi padre, la muerte
de mi madre inauguró otra parte en mi vida, un tiempo signado por el hecho de ser
siempre menos dichoso que el precedente, cuando ella estaba y la solidez de esa
certeza parecía tan natural como la sucesión de los días y las noches o la inercia
con que los años se enlazaban en el calendario. Aquel fatídico 9 de marzo de
2015 marcó la referencia cronológica de mi existir: antes, después. No desearía
ella, desde luego, esta singularidad, pero así son las cosas y así es justo que
se sientan. Su ausencia se erige como una herida que no espera en este mundo el
consuelo de la cicatriz, pues la sangre ni crea una frontera para sí misma ni pretende
coagularse sobre su propia memoria.
Cuando tiendo la vista al horizonte mis ojos acaban
buscándola, multiplicándose. Peregrinos por el cielo se me llenan de preguntas.
Convencido estoy de que, si llega a atacarme la enfermedad del alzheimer, ese
aliado de la nieve oscura del olvido, habría una neurona, al menos una, que
resistirá al mal: en esa postrera conexión terrena palpitaría la imagen de mi
madre. Allí se mantendría hasta enlazar con la realidad celestial, más firme en
cuanto infinita, en cuanto el presente sea el único tiempo posible, mágico e
invulnerable.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
5 de Noviembre de 2017
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