domingo, 18 de marzo de 2012

LEERSE LA PEPA

El mejor homenaje que se puede tributar a la Constitución de 1812 es leérsela. Este es un mensaje tan claro como obvio que se torna imprescindible en los tiempos de superficialidad que nos invaden. La Pepa no es el segundo puente a Cádiz: parece obligado que las conmemoraciones de cualquier tipo acaben erigiéndose en excusa para libar en las arcas de unas administraciones superiores que, de otro modo, se hubiesen mostrado esquivas, pero no conviene perderse en el curso de la Historia.

El texto promulgado por las Cortes Generales el 19 de marzo de 1812, en la coyuntura hostil de un país invadido por Napoleón, uno de esos dementes con que de cuando en cuando nos fustiga la historia, es un documento cuyo contenido (pese a algunos aspectos hoy anacrónicos, como la exigencia de renta anual proporcionada para ser diputado a Cortes o la prohibición del ejercicio de cualquier religión que no fuese la católica) resulta de una modernidad sobrecogedora: la ubicación de la soberanía como un concepto residente en la Nación (recogida en el artículo 3, que nos lleva al 1 de nuestra actual Carta Magna, que la atribuye al pueblo), la obligación de todo español a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado (incluida en el artículo 8, que nos conduce a la progresividad fiscal del 31 de nuestra norma suprema), la garantía judicial del 287 (asimilable al espíritu del vigente 24) o el modo en que se recoge la libertad de expresión del 371 (que nos guía al 20 de nuestra legislación suprema), resultan tan premonitorios que uno no puede sino emocionarse ante la figura de unas personas que, en circunstancias tan trágicas, guardaron una sensibilidad e inteligencia que alumbró nociones del constitucionalismo moderno.

Disfrutemos estos días del estudio de un documento que mañana cumple doscientos años y que proyecta la imagen de Cádiz, efectos benéficos que también disfrutará El Puerto de Santa María, en el marco de una efeméride cuya emoción simboliza aquel artículo 13, donde se estableció una tesis que me parece de una sencillez y elementalidad conmovedoras: que el objeto del gobierno es la felicidad de la nación.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

18 de Marzo de 2012

domingo, 4 de marzo de 2012

EL EJEMPLO DE ANTONIO

La historia de las ciudades no es sólo, con serlo, un compendio de efemérides más o menos reveladoras, una sucesión de edificaciones, de estadísticas especialmente alegres o luctuosas: la historia de las ciudades es, también, una serie de magnitudes de difícil o imposible cuantificación, inaprensibles para las páginas de los libros, como la idiosincrasia de sus habitantes, su traducción en el aliento del día a día.


Antonio Márquez se ha jubilado tras casi medio siglo de actividad hostelera, tras mostrar durante décadas su capacidad, profesional y humana (en la hostelería viene a ser lo mismo) en variados establecimientos, siendo el más significativo el pub Milord, en la calle Larga, donde han transcurrido sus últimos 37 años de oficio, que, detrás de una barra, es, de algún modo, como decir de vida. Quiero hablar de ello en esta columna porque los periodistas solemos incurrir en el vicio de no conferir la categoría de noticia a cosas que son más importantes que otras que sí se imprimen bajo el amparo inercial de los titulares, y porque para eso dispongo de un espacio que viene a revelársele a uno como un espejo, y ante el que es conveniente, por tanto, sentirse cómodo.


El gremio de la hostelería es un gremio especial, el de personas que suelen laborar bastante más tiempo que la media de trabajadores de otros sectores, y que suelen hacerlo con el continuado compromiso de agradar a los demás.


Le deseo lo mejor a Antonio Márquez y me alegro de que pueda disfrutar de una jubilación tan sumamente merecida. Confío en que seguiremos teniendo la ocasión de conversar, ahora al otro lado del mostrador de Milord, o en otras ubicaciones, recordando viejos tiempos y disfrutando los presentes, que es la mejor forma de confeccionar los futuros. De cuando en cuando, conforme pueda, se nos unirá Juan Franco, su compañero en la cafetería tantos años, con una complicidad societaria cuya extensión es muy difícil de alcanzar en estos tiempos, en los que amistad y negocio no siempre coinciden.


Los únicos que deben temer este cambio vital de Antonio son los pescados que merodean la playa de La Puntilla: su condición de víctimas se acrecienta por momentos.




Francisco Lambea


Diario de Cádiz


4 de Marzo de 2012