domingo, 30 de marzo de 2014

UN HUMILDE HOMENAJE


El pasado lunes, mientras la Plaza Peral acogía un minuto de silencio en memoria de Adolfo Suárez, pensaba en las vicisitudes por las que atravesó su trayectoria política y en la tragedia que acabaría rodeando a su ámbito personal. Pensaba que Suárez se ha alzado como el mejor presidente de la democracia, entre otras cosas porque, de no haberlo sido, los demás mandatarios que ahora conocemos quizá no hubiesen accedido al cargo. Mis pensamientos concluían que realizó la tarea más compleja, la de crear una estructura democrática en un país acosado por una permanente amenaza golpista, y que en ese empeño, que obligaba a decisiones difíciles pero necesarias, fue desgastando su figura, circunstancia acrecentada por las traiciones de algunos correligionarios, un grupo heterogéneo que se creyó llamado a mejores empresas pero cuya hoja de servicios se limitaría a libar de las calientes ubres de AP (PP más tarde) y PSOE.

Sentado en el escaño mientras Tejero y los suyos ametrallaban el techo del Congreso, cuyas esquirlas caían sobre las espaldas de los guarecidos diputados, Suárez y su ministro Gutiérrez Mellado ofrecieron una muestra de valor que hasta estos días, fallecido ya Suárez, no se ha subrayado lo suficiente y que por sí sola justificaría un respeto especial.

Con todo, mi reflexión principal mientras observaba el suave ondear de las banderas a media asta era constatar esa ingratitud desidiosa que acostumbra a caracterizar al pueblo español, que parece requerir la muerte como requisito previo al despliegue sin complejos de su reconocimiento a quienes lo hubieran merecido antes de marcharse de este mundo (en las colas ante el féretro de Suárez, en las loas vertidas en los medios de comunicación, parecía latir una especie de arrepentimiento colectivo).


Siempre lamentaré, como periodista, no haber vivido en primera línea aquellos años en los que se forjaba la democracia, en los que, sin nadie apercibirse entonces, comenzaba a nacer la leyenda del hombre cuyo epitafio (“La concordia fue posible”) refleja como pocos la virtud del lenguaje para hacer belleza de la verdad, para hacer justicia del recuerdo.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
30 de Marzo de 2014

domingo, 16 de marzo de 2014

UN GIRO HISTÓRICO


El cambio de nombre de Independientes Portuenses (una formación con 22 años de vida, 16 de los cuales ha gobernado la localidad) por Ciudadanos Portuenses, englobada en el Movimiento de Albert Rivera, ha transcurrido demasiado de soslayo en lo que a análisis mediático se refiere. Cree uno que la alteración denominativa (que, cuando menos, abre un debate sobre la identidad del partido que más tiempo ha gobernado El Puerto en la actual etapa democrática) merece algún comentario, un estudio más extenso, desde luego, que el de esta columna.

IP era una entidad tan personalista que su esencia ya se desvirtuó en buena medida con la inhabilitación de su indiscutible líder, Hernán Díaz, el hombre que se sacó un partido de la manga y lo condujo a ganar las cuatro convocatorias electorales en las que fue cartel, hasta que errores perfectamente evitables lo dejaron fuera de las urnas para alivio de más de uno. Los dos sucesores, Fernando Gago y Silvia Gómez, cosecharían resultados muy distantes del triunfo, viniendo a confirmar lo que, a efectos de alcaldía, hasta entonces se limitaba a presentimiento politológico: “IP es Hernán”.

Silvia Gómez, la impulsora, junto al Comité Ejecutivo de IP, de este peculiar salto genético, ha debido pensar que la sombra de un Hernán Díaz (en desacuerdo desde hace tiempo con las estrategias de Gómez y a quien no ha gustado la operación) fuera de la batalla ya está electoralmente amortizada, y que se torna oportuno el proyecto de Rivera, un político ciertamente hábil que ha diseñado un marco en el que albergar un heterogéneo grupo de partidos locales.


La variación en el acrónimo de la formación portuense se aleja de la parte más negativa de la gestión independiente, la relacionada con los tribunales, al ofrecer una imagen nueva pero, por la misma causa, se distancia también de los numerosos logros, y probablemente de más de un sentimiento que no encontrará amparo en un Rivera al que observará lejano. El parricidio nominal puede aportar votos nuevos pero también despedir papeletas ensoleradas: habrá que esperar a las municipales para desentrañar la magnitud de uno y otro efecto.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
16 de Marzo de 2014

domingo, 2 de marzo de 2014

ENIGMAS EVITERNOS


Todas las ciudades albergan sus enigmas, cohabitan, como dicen los finos, con ellos y, en ocasiones, su misterio resulta tan insondable y prolongado que terminan por incrustarse en su idiosincrasia o, directamente, por edificarla. Uno de los históricos arcanos portuenses reside en la inexistencia de una estación de autobuses. Cuando uno ve a Paco Martínez Soria en películas de hace medio siglo portando maletas atadas con cuerdas mientras transita entre exabruptos por estaciones de bus de localidades recónditas en la geografía patria se sorprende aún más de por qué El Puerto postmoderno, el de la Andalucía imparable y la tercera modernización (creo que es la tercera, he perdido la cuenta) sigue carente de la sacrosanta infraestructura.

La Asociación de Empresarios local ha recordado la oprobiosa falta del equipamiento (este tipo de agujeros negros dotacionales suelen ser evidenciados, de cuando en cuando, por cualquier partido político o colectivo, ya que, tópicos, se han tornado recurrentes) y lo ha hecho en una nota que culpa a todos los niveles de la administración (bien mirado, falta el europeo, pero si se hubieran puesto a indagar más a fondo seguro que terminaban por hallar alguna responsabilidad en una Bruselas incorporada a la fiesta).

Hace años, cuando todavía se inauguraba algo, los dirigentes locales hablaron de la estación de autobuses como una posibilidad cercana, en el marco incluso de una “estación intermodal”, concepto cuyo significado no todo el mundo sabía descifrar, pero que presentaba eufonía incuestionable. Cuando los capitales empezaron a escasear de la intermodalidad se pasó al simple apeadero (noción más horrísona por sus evocaciones trashumantes) pero lo cierto es que ahí seguimos, en medio de la galaxia y sin estación de autobús, con los camareros aledaños a la Plaza de Toros y a ADIF confirmando a los visitantes sus peores presagios mientras la estupefacción se esculpe en el rostro del viajero.


La Mesa de Turismo se ha convertido en la enésima entidad en conocer la exigencia de los empresarios: para acabar con la estacionalidad se puede empezar por construir la estación.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
2 de Marzo de 2014