domingo, 21 de agosto de 2011

EL PICUDO COTIDIANO



Un picudo rojo sobre una palmera



El picudo rojo ha sembrado su lotería macabra en diversas zonas de El Puerto, algunas tan identificadas por las palmeras como el Parque Calderón, la avenida Micaela Aramburu o la calle Aurora. La deslocalización ha traído a este escarabajo desde el sureste asiático y parte de nuestro paisaje se va despoblando de claridades.


Las palmeras descoronadas, sin hojas, suponen la amputación de un sueño, un absurdo frente al cielo, una línea quebrada con el tiempo.


Ves los troncos interrumpidos, como deseos que se detienen, y recuerdas el hachazo invisible y homicida que escribía Miguel Hernández en su elegía inmortal.


La avenida Micaela Aramburu, sin algunas de sus palmeras, pierde su lirismo y asoma como una calle administrativa, contingente, una calle como tantas, por la que circulan vehículos y pasean viandantes transmutados en agentes censales, cumpliendo una inercia ya desnuda de poesía.


La palmera es un árbol con ansia de eternidad, una especie que se crece con la historia, pero eso lo desconoce el féróstico picudo, esa metáfora del mal, ensimismado en una destrucción edificada en la constancia y el silencio que adornan a los depredadores más eficaces.


Las palmeras sucumben en su pugna frente al picudo rojo, que siembra cadáveres con astucia de especulador financiero. Otros organismos han luchado y luchan contra las infinitas metamorfosis de este políticamente incorrecto ser; así, la economía intenta sobreponerse a su gran picudo, la prima de riesgo, y el hombre a la manifestación más inmisericorde de esta larva: la conciencia.


El presente no deja de ser una batalla contra picudos de todos los colores (la muerte es el gran picudo de la vida). Muchos lo sabemos, pero no por ello deja de apenarnos la candidez con la que las palmeras expiran al paso de un coleóptero más destructor que el devenir de unos años a los que estas plantas habían tomado la medida.


El que un gorgojo sea capaz de cambiar la fisonomía de nuestras calles, calles a las que a veces, más que las propias viviendas, definen las palmeras, nos deposita ante el espejo de nuestra propia vulnerabilidad.


Francisco Lambea


Diario de Cádiz


21 de Agosto de 2011

domingo, 7 de agosto de 2011

ANÁLISIS MARCIANO

Imagen de la exposición que compara los tamaños de ambos planetas.




Un paseo por la interesante exposición de La Caixa "Marte - Tierra, una anatomía comparada", que el Centro Cultural Alfonso X el Sabio acoge hasta el día 25, me ha suscitado algunos sobresaltos intelectuales.



Uno de ellos es la propensión que el género humano manifiesta por la conquista, entendiendo como tal el simple hecho de aposentar los juanetes sobre cualquier territorio antes no hollado. Dicho acomodamiento supone, de manera automática, un cierto desprecio por ese suelo ya no virgen, como demuestra el aire de superioridad colonial que se ofrenda a la presencia de la Luna, astro por el que ya sólo manifiestan cariño los poetas.



El gran enigma de Marte reside en que, desde que Galileo le echara el ojo, no existe constancia de que homínido alguno haya encajado allí los colores de una bandera, de que un semejante fijara una pica sobre esa retadora superficie de polvo rojizo, profiriendo saltitos sobre los cráteres al igual que Neil Armstrong, preso de una orgásmica conga selenita.



No deja de resultar ofensiva la obsesión de la especie por emprender viajes espaciales cuando cientos de millones de humanos terrestres anhelan que su mayor problema alimenticio se ciña al colesterol. Gran parte de la sociedad obesa especula sobre las hipotéticas protuberancias de los marcianos mientras muchos de sus escuálidos convecinos únicamente aspiran a coronar la proeza de mantenerse en pie sobre el planeta en el que nacieron.



La exposición de La Caixa me ha llevado a pensar cuán mezquinas resultan tantas actitudes de las que sostienen aquí, en una minúscula porción de ese Plan General infinito que es el Universo, en el que nuestro mundo se alza como inefable desarrollo sin planeamiento. Y, también, cuán necesario resulta ocuparse de las cosas verdaderamente importantes, logros como que ninguna persona muera de hambre o a consecuencia de una enfermedad para la que existe cura, actos de estricta justicia que empezarían a conseguirse, por ejemplo, si los hombres priorizaran el ordenamiento de su casa sobre la vanidad cósmica de las excursiones siderales.



Francisco Lambea


Diario de Cádiz


7 de Agosto de 2011