domingo, 16 de octubre de 2011

DEL GRILLETE A LAS TAPAS

Los mismos muros del Palacio de Araníbar que escucharon el jueves la promoción en virtud de la cual se puede disfrutar de una tapa con una cerveza o una copa de vino por 2 euros y 70 céntimos son los que, durante muchos años, oyeron sentencias razonables o disparatadas, albergaron juicios necesarios o prescindibles. Los mismos muros en los que un delincuente se colaba con sus grilletes en alguna esquina de la fotografía mediante la que alguien inmortalizaba a unos recién casados acogen ahora toda una muestra de libertad con ese dominio del tiempo del que disponen los turistas.


Una de las cosas que, casi imperceptiblemente, nos envejece a los seres humanos es la demolición de edificios que formaron parte de nuestras vidas o su cambio de uso.


Los afanes de muchos toneleros y oficinistas de bodegas han quedado sepultados por el vacío de los cascos huecos o por canónicas torres de pisos. Cuando los funcionarios municipales abandonen, una década de estas, el inmueble de la Plaza del Polvorista para trasladarse al de la Plaza Peral, el acarreo desde la majestuosidad marrón al blanco amerengado les hará más viejos, sin que nada pueda contra ello su convenio colectivo, y me ensolerará a mí también, tantas vueltas por los pasillos y tantas cosas vistas por mis ojos y por mis oídos recepcionadas.


Tras dos décadas recorriendo numerosos espacios ciudadanos, de cuando en cuando me asalta alguna melancolía que sale al camino. Así, por ejemplo, la que fuera sede de las concejalías de educación y cultura, en la calle Federico Rubio, una casa humilde, lejana de la orgullosa prestancia con la que se levanta San Luis Gonzaga, me retrotrae en los años y su imagen se me empareja, no sé por qué, con el poblado bigote que el ya exconcejal Juan Gómez lucía por entonces delante de las grabadoras y de periodistas que, conforme a una ley de la profesión, hemos ganado en experiencia a la par que en escepticismo.


Y es que los seres humanos somos también las fincas que se deshacen en polvo, que acaban etéreas como los sudores y los sueños de quienes un día las erigieron, probablemente, con esa ingenuidad que a veces nos adorna, creyéndolas eternas.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

16 de Octubre de 2011

domingo, 2 de octubre de 2011

CAMBIO DE AGENDA


Las agendas telefónicas constituyen un registro peculiar de nuestra existencia y de la ajena y la oportunidad de sus actualizaciones suscita no pocos razonamientos, a veces encontrados.


La profesión periodística es una de las más proclives a la renovación de la agenda: nada más antiprofesional que un listín pretérito, superado por la inercia de los hechos, en el que las responsabilidades laborales no se corresponden ya con los nombres.


De entre la fuente inagotable de sensaciones que produce el visionado de una agenda se incluyen la sorpresa (personas que cambian de cargo público, de partido político o de profesión), la tristeza (por aquellos que fallecen, despidiéndose irremisiblemente de las hojas), la anécdota (dirigentes vecinales que se marchan hastiados o que varían, incluso, su lugar de residencia) o el estupor (cuando la memoria pierde cualquier noción de la identidad de alguien y uno teme haber sido asaltado por alguna enfermedad terrible).


El proceso de decisión por el que unas personas se salvan de las llamas del olvido, mientras otras se condenan al desdén registral, resulta especialmente significativo en la agenda de un periodista, pues de una falta de inclusión en el nuevo listado debiera deducirse que el preterido ya no es nadie públicamente.


Por el contrario, las nuevas entradas demuestran el ámbito universal de la profesión, que puede abarcar desde propietarios de embarcaciones cuyos siniestros las convierten en carne de rotonda hasta conductores de helicópteros que salvan milagrosamente la vida en un aterrizaje forzoso en una calle cualquiera en una tarde canónica de domingo.


Por la misma razón que cada cual es cada cual y sus circunstancias el periodista es él y su agenda, ese instrumento que debe recorrerse con cuidado, pues un repaso raudo levanta un turbión de emociones quizá inconvenientes para el espíritu.


Al igual que dicen que en los últimos momentos de la vida asoma la trayectoria de uno en un resumen digno del realizador más encomiable, el simple hojeo de una agenda acaba depositándonos ante el número de nosotros mismos. Lo peor es que comunique.


Francisco Lambea

Diario de Cádiz

2 de Octubre de 2011