RETORNO A CLASE


La tradicionalmente conocida como “vuelta al cole” es siempre un regreso a la infancia. Pocas cosas como el retorno de los pequeños a las aulas inspiran en los adultos esa capacidad de entornar la memoria, de volver hacia atrás el discurrir del tiempo, de modo que nos vemos, de pronto, movidos por algún suceso mágico, levantándonos temprano, con el sueño aún prendido en la mirada, desayunando inercialmente y sin apetencia, con una pesada cartera después, envueltos en ilusiones o en miedos, conocedores de nuestro destino los siguientes meses, hasta el nuevo triunfo del verano.

Septiembre siempre ha sido un mes especial. Recuerdo que cada vez que asomaba en el calendario se presagiaba un mundo distinto, un mundo que rompía aquel paraíso que junio parecía anunciar infinito, invulnerable, y al que de repente descubríamos fecha de caducidad. Las tardes inmensas, victoriosas de azul, del estío más canónico, iban cediendo poco a poco su galanura al crepúsculo y los fuertes calores tendían a suavizarse, incluso a perderse en alguna mañana ya fresca, hasta que, al fin, me levantaba dispuesto a sojuzgarme a la disciplina, a jornadas escolares más extenuantes que las actuales, en aulas más masificadas, pero en una sociedad que valoraba el esfuerzo, la disciplina y el respeto al profesorado con un énfasis que hoy se echa en falta, sepultado en esa lápida, a veces tan estúpida, de lo políticamente incorrecto.

Cuando los pequeños emprendían el pasado lunes el camino de las aulas, un camino que mañana inician los estudiantes de Secundaria y Bachillerato, uno se adentra en aquellos momentos en los que se especulaba sobre los listados de clase, la posibilidad de que siguieran con nosotros compañeros apreciados, y también, quizá, la de librarnos de alguno al que tuviésemos en menor estima, momentos en los que se establecían cábalas sobre la figura del tutor, un examen previo que pocos docentes parecían superar.

Y es que la tradicionalmente conocida como “vuelta al cole” constituye, también, una vuelta a nosotros mismos, a esa parte que tendemos a creer desaparecida, pero que, de algún modo, en alguna parte, sigue latiendo.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
16 de Septiembre de 2012

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