EN EL MUNDO DE SERNY

Contemplar la pintura de Ricardo Summers e Isern, Serny, gracias a la exposición que la Academia de Bellas Artes organiza en el Centro Cultural Alfonso X, mientras la lluvia extiende su manto en la mañana de sábado, resulta una grata experiencia: las calles desdibujan sus perfiles bajo el imperio gris en que las horas se resuelven, el exterior se sumerge en un blanco y negro que guarda algo de melancolía cinematográfica, pero yo estoy guarnecido en el color del artista, en la alegría desinhibida de su carnaval, en la comodidad urbana y burguesa de un matrimonio o de una niña, en el magnetismo que desprende una mirada o un avallador desnudo de mujer.




Gracias a la labor de instituciones como la Academia Santa Cecilia, podemos recuperar para la retina la obra de grandes pintores portuenses. Hace unos meses era Ochoa quien nos deslumbraba descifrando la vida en trazos, y ahora lo hace Serny, cuyos ojos nacieron a la luz en El Puerto, de donde partió con solo tres años, pero a cuyo vientre se sintió siempre unido, con esa fidelidad que los espíritus sensibles tienen para con sus orígenes, por mucho que los vaivenes de la vida les alejen geográficamente de ellos.




Entre sus muchas facetas, siempre relacionadas con el dibujo, Serny fue un gran ilustrador editorial. En mis paseos por la muestra, me he detenido con gozo en el modo con que ensalzaba cuentos o revistas, en esa consagración artística que antes se ofrendaba a publicaciones que, con el paso de las décadas, se han ido despersonalizando en una mal entendida industrialización.




Cuando abandono la sala, que he visitado en la compañía silente y abstraída de quienes también se asilaron en el mundo de Serny, y emprendo el camino a la Plaza de los Jazmines por una calle Larga que los ciudadanos han entregado a la lluvia, por mi mente aún transitan sus retratos femeninos, a medias entre la realidad y el sueño, sus intensos cromatismos, y me creo caminar imbuido de esa felicidad vivaracha de españoles que no podían imaginar que, muy poco después, su país se sumergiría durante décadas en un gris mucho menos natural e inocente que el de una mañana de sábado.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
27 de Noviembre de 2011

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