COMPETENCIAS
Pensaba yo el otro día, mientras se firmaba el convenio entre el Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria de la Bahía de Cádiz para el desarrollo de las dos márgenes del río Guadalete, en lo compleja que llega a resultar la labor de un alcalde, y no ya por las estrecheces económicas de los tiempos ni por un presunto obstruccionismo oposicional, sino, simplemente, por la lisa y estricta falta de competencias que, en ocasiones, les adornan.
Aquí, en El Puerto, si quieres acometer alguna actuación lindante con el agua tienes que vértelas primero con la Autoridad, cuyo nombre, de por sí y en un primer golpe, tiende a marcar distancias. El organismo es dirigido por Rafael Barra, un señor de apariencia afable, uno de estos florentinos de la política cuyo aire recuerda al de aquellos tíos familiares a los que uno acostumbra a pedir consejo, pero que, en definitiva, es capaz de decirte que no en tus propias fosas nasales con una seducción tal que, con negativa y todo, abandonas el encuentro creyendo haberte salido con la tuya.
En el caso de querer reorganizar urbanísticamente la ciudad, puedes encargárselo a técnicos municipales o una carísima empresa privada y atender en mayor o menor medida la retahíla de quejas de los empresarios de la construcción, esos señores que tienden a pensar que siempre se beneficia a todo el mundo menos a ellos, puedes escuchar las inquietudes de los organismos que defienden a los poseedores de viviendas ilegales, acrónimos más numerosos ya que la cifra, eternamente indefinida, de las susodichas viviendas, pero, en último término, quien decide es la Junta, una señora que vive en Sevilla.
Comprendo que muchas veces los alcaldes experimenten cierta impotencia ante esa legión de subsecretarios y jefes de servicio cuya multiplicación en el organigrama parece estratégicamente diseñada para limitarles sus poderes hasta reducirlos a decidir los nombres de las calles, las fechas de la Feria o la identidad de su chófer.
Aquí, en El Puerto, si quieres acometer alguna actuación lindante con el agua tienes que vértelas primero con la Autoridad, cuyo nombre, de por sí y en un primer golpe, tiende a marcar distancias. El organismo es dirigido por Rafael Barra, un señor de apariencia afable, uno de estos florentinos de la política cuyo aire recuerda al de aquellos tíos familiares a los que uno acostumbra a pedir consejo, pero que, en definitiva, es capaz de decirte que no en tus propias fosas nasales con una seducción tal que, con negativa y todo, abandonas el encuentro creyendo haberte salido con la tuya.
En el caso de querer reorganizar urbanísticamente la ciudad, puedes encargárselo a técnicos municipales o una carísima empresa privada y atender en mayor o menor medida la retahíla de quejas de los empresarios de la construcción, esos señores que tienden a pensar que siempre se beneficia a todo el mundo menos a ellos, puedes escuchar las inquietudes de los organismos que defienden a los poseedores de viviendas ilegales, acrónimos más numerosos ya que la cifra, eternamente indefinida, de las susodichas viviendas, pero, en último término, quien decide es la Junta, una señora que vive en Sevilla.
Comprendo que muchas veces los alcaldes experimenten cierta impotencia ante esa legión de subsecretarios y jefes de servicio cuya multiplicación en el organigrama parece estratégicamente diseñada para limitarles sus poderes hasta reducirlos a decidir los nombres de las calles, las fechas de la Feria o la identidad de su chófer.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
1 de Octubre de 2.009
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