EL VALOR DEL PASADO


España es un país más bien despreciativo con la cultura, un desdén minucioso que se manifiesta desde los planes lectivos hasta la maquinaria fiscal, pero, como toda regla acostumbra a lucir su excepción, los legisladores han diseñado códigos tremendamente respetuosos con la arqueología. Un arqueólogo es una persona con un poder superior o, cuando menos, similar, al de un juez o un político. Sus dictámenes rara vez son cuestionados (entre otras razones porque casi nadie maneja argumentos para hacerlo, salvo algún colega del dictaminador) y se adoptan con una magnanimidad temporal vecina al infinito sin que  organismo administrativo alguno ose instar la finalización del expediente.

Las catas subterráneas que la Junta de Andalucía desarrolla en los terrenos inicialmente destinados a acoger los parkings de Pozos Dulces y Plaza de Toros han desatado en los opositores al proyecto esa pasión por el ayer que tiende a suscitarse cuando los deseos no se ajustan con las vías ejecutivas presentes. Es en esos momentos de desesperación social en los que una persona o colectivo anhela que una obra no llegue a erigirse cuando se multiplica en progresión geométrica el interés por la conservación inmaculada de los escenarios donde defecaban los fenicios, jugaban los romanos a las tabas, amortajaban a los visigodos o las huestes de Alfonso X se ponían como el Quico mientras su rey se concedía a las cantigas. Lo que miles de firmas coetáneas se muestran incapaces de tumbar lo puede conseguir un par de esqueletos tiesos como la mojama ósea que se les presume, olvidados hasta por sus propios huesos y a los que la muerte sorprendió mientras se afanaban en la humana tarea de meterse mano. 

Cuestión distinta es que dicho escenario protegido sea puesto en valor a la curiosidad de la mirada, medida que guardaría su coherencia con el dispositivo precedente y que debiera emanar del mismo, pero que no siempre se cumplimenta. Parece como si el respeto al pasado, lejos de implicar su divulgación, se conformara con una fosilización anónima, como si la trascendencia de nuestro pretérito se justificase con la sola inmovilización del presente. 

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
6 de Julio de 2014

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