AGONÍA EN SILENCIO
LA lenta y callada agonía en la que anda sumido el Racing Portuense metaforiza el modo en que tantas cosas van muriendo en una ciudad cuyo ADN se compone de nucleótidos inundados, en buena parte, por la apatía.
Apenas unos segundos de aplausos respondieron a un "¡viva el racinguismo!" pronunciado en la asamblea ordinaria del pasado mes por uno de los apenas 40 socios asistentes a una reunión que, salvo una sorpresa mayúscula que ya ni los más ingenuos e ilusionados esperan, suponía la defunción en la práctica de un club octogenario.
Resulta paradójico que una persona aparezca ante la opinión pública como la responsable de la desaparición de una entidad que le adeuda casi millón y medio de euros: tan rocambolesca coyuntura es la que le acontece al empresario Manuel Lores, protagonista en el imaginario colectivo de los mejores momentos del Portuense (campeonato de Tercera, ascenso a Segunda B, eliminatoria por el sueño de la división de plata contra el Rayo Vallecano tras desplegar un balompié de altísima escuela que se tardará mucho en volver a disfrutar, duelo copero frente al Valencia) y de los peores (cuatro campañas marcadas por lo que, tras su marcha, se convirtió en débito impagable y mortífero lastre).
Justo es desearle lo mejor a quienes han defendido los colores rojiblancos desde los distintos ámbitos en que ello es posible, abstrayéndose como podían de esa losa monetaria siempre acechante, sin reducir un ápice su esfuerzo. Emerge ahora la figura del Recreativo Portuense, recién ascendido a Regional Preferente, un escudo basado en la cantera a cuyo afecto también están invitados aquellos que muestran más pasión por clubes de fútbol de localidades vecinas que por el que se asienta en el enclave donde también ellos viven (casualidades que tiene el destino).
Toca hablar estos días del Racing Portuense, para que, al menos, su óbito no tenga lugar rodeado de un silencio producido por la inexistencia de cortejo, adornado por esa indiferencia que asola, tan discreta como eficazmente, El Puerto de Santa María, una ciudad ensimismada en sus olvidos.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
9 de Junio de 2013
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