COSTUMBRES PRENUPCIALES


Leo en el Diario que la mayoría de los hoteles más significativos de la ciudad han optado por no alojar al turismo que viene a El Puerto con la exclusiva intención de celebrar la despedida de la soltería, el segmento viajero que acaso llamáramos prenupcial (resulta cursi, pero clarificador).

A mí siempre me ha llamado la atención ese despendole previo a la boda, esa bacanal anterior a la que tan desenfrenadamente se entregan los futuros contrayentes: si el matrimonio les sugiere tan poco que antes de rubricarlo se conceden a tal grado de exceso, capaz de provocar, mediando interesadas filtraciones, la propia suspensión del desposorio, ¿para qué se casan?

Piensa uno que casi todo lo que se hace en despedidas de soltero podría cursarse bajo la condición de casado, si se exceptúa, salvo acuerdos peculiares, lo que tenga que ver con cuestiones relativas a la osamenta (esa frase absurda de que lo importante no es la fidelidad, sino la lealtad, se la inventó alguien que le puso los cuernos a su pareja y no ingenió nada mejor para engañarse a sí mismo e intentar colársela a los demás, quizá aceptadores convenidos de la teoría). Tampoco he entendido muy bien la tendencia grupal que induce en estas coyunturas a enfundarse disfraces ridículos, como si el ser humano requiriera del gregarismo hasta para hacer el tonto o como si fuese condición inexcusable vestirse mamarracheramente cuando se profesa amistad a alguien que va a cambiar de estado civil.

Mal se le presentan las cosas a este colectivo, pues su carácter heterogéneo y fugaz provoca la inexistencia de una organización defensora al efecto, y si caen en lo políticamente incorrecto están perdidos, por más que sus características les beneficien a la hora de ayudar al sueño de la desestacionalización, ese palabro horroroso que la Real Academia Española de la Lengua aún no ha bendecido y en cuya pronunciación naufragan la mayoría de nuestros políticos (al menos en la primera travesía).


El turismo prenupcial puede padecer las consecuencias de incumplir los parámetros del turismo de calidad, cuyas premisas iniciales requieren gastar mucho y hacerlo en silencio.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
11 de Septiembre de 2016

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