INTRAHISTORIA COMERCIAL
Si todo sigue el destino anunciado por la propia empresa,
Perfumerías Big Ben pondrá fin mañana a casi cuatro décadas de historia. Vayan
por delante mi tristeza por el hecho y mis mejores deseos para quienes forman
parte de esta entidad, tantos años emblema en su sector, de la que fui cliente
en más de una ocasión.
Big Ben se integra en el pasado como consecuencia de una
crisis económica general que afecta sobremanera a epígrafes como el suyo, una
crisis agudizada por lastres oriundos como el despoblamiento del centro urbano
(algo que todos admiten pero nadie remedia) o la falta de aparcamientos
gratuitos (llegará el día en que alguien se pregunte por qué la administración
se abre generosa al altruismo en cualquier ámbito excepto en el de
estacionamientos para vehículos).
Negocios como el citado, debido a su simbolismo, proyectan
con su clausura un magma especial de incertidumbre y desazón sobre el sector,
que agrava los juicios negativos en los consumidores y el desánimo en quienes
se enfrentan a lo que hoy es un reto hercúleo: mantener una firma en un marco
legislativo más inquieto por otros asuntos.
Los miles y miles de pequeños empresarios que se ven
obligados a integrarse en las listas del desempleo, poniendo en ocasiones un
tan indeseado como injusto broche a una larga vida de trabajo, a la aportación
comunitaria que supone la carga fiscal liquidada innumerables ejercicios, son
víctimas de este hondo y dilatado socavón financiero, aunque el dolor de su
grito resulte más silencioso por su dispersión geográfica, su falta de
costumbre organizativa o un sentido del civismo que les impide considerarse
parados con mayores derechos que otros y exigir ocupación a los ayuntamientos,
la Junta o el Estado central a base de destruir el mobiliario urbano o alterar
las normas básicas de convivencia.
Con la muerte de los comercios perdemos algo de nosotros.
Cuando sus escaparates se esfuman del entramado viario hay una parte de nuestra
memoria, de la memoria menos íntima pero no por ello menos nuestra, que se va,
porque sus estampas contribuyen a forjar el paisaje cotidiano, los escenarios
por los que caminamos o en los que se detiene el capricho de la mirada.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
30 de Agosto de 2015
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