LA SUERTE DE LA LIDIA
Los debates sobre la temporada taurina portuense no adquieren
su máximo ardor cuando se polemiza sobre la actuación de los toreros, el remate
del cartel, la altura de las ganaderías, el discernimiento presidencial o el mismo futuro de la fiesta,
atacada desde varios ámbitos: el punto más álgido de la tertulia suele provenir
en torno al número e identidad, más o menos hipotético, de quienes han logrado
sentar sus posaderas en el centenario coso sin pasar por la horca caudina de
meterse la mano en el bolsillo.
Parece sentir general que la dicha de contemplar el evento de
manera gratuita se ha ido reduciendo con los años y los sucesivos concesionarios,
aunque sigue observándose una zona bautizada como el tendido del pescue o de la
valvulina, lo que muestra que siguen existiendo quienes, para agravio de los
que ven la cara al taquillero, evitan, por unas razones u otras, tan gravoso trance.
De hecho, prácticamente democratizada la eliminación de los
pases de aparcamiento oficial en la Feria (mal de muchos, consuelo de egos),
uno de los más dolorosos ejemplos de que se ha dejado de ser alguien en El
Puerto de Santa María estriba en la obligatoriedad de tener que pagar por lo que
antes se recibía gentilmente (la gracia humana se extendió tanto en algunos
casos que los bendecidos pasaron a implorarla como derecho divino y más de
alguna pérdida de amistad y apostasía se registró de manera paralela a la
conclusión de la dádiva). Si la corrida es televisada el ultraje del
contribuyente se duplica.
El privilegio de acceder a la histórica plaza por el presente
morro genera tal morbo que hay quienes, habiendo sucumbido a la afrenta de abonar
lo fijado por el empresario, se muestran más pendientes de los movimientos que
se producen en los diversos estamentos del graderío que de las evoluciones
acontecidas sobre el albero, elaborando teorías de urgencia, justificadas o
directamente neuróticas, mientras indagan el benefactor de cada beneficiado. No
debe sorprender; las entradas de toros exceden entre sus efectos la posibilidad
de comprar voluntades: llegan a adquirir hasta el alma.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
3 de Agosto de 2014
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