UN DÍA PARA LA REFLEXIÓN
Mientras observaba ayer la bandera patria alzándose al cielo
de la Plaza de España, en uno de esos mediodías de octubre en los que el otoño
alza el protagonismo de la luz sobre el calor, pensaba en cuánto nos toca
reflexionar a los españoles (a unos, desde luego, más que a otros) sobre el
triste camino emprendido por la nación en los últimos años. Y es que, aun
admitiendo la globalidad de las crisis económicas, es indudable que vivimos en
un país con una serie de penosas peculiaridades, un país en el que la indigencia,
esa sombra tan oscura como a veces silente, se ha extendido al modo de esas
lluvias finas que compensan con su persistencia la aparente lentitud de su
avance, un país en el que la corrupción ha ido infiltrándose en todos los
niveles de la gestión pública.
Leer la prensa supone encontrarse con una multitud de
noticias que sólo invitan a la
pesadumbre. En un contexto financiero como el que nos asola, el Día de la Fiesta
Nacional tiene que ir más allá de las exhibiciones militares o de las
reivindicaciones sobre Gibraltar: debe conducir a plantearnos por qué hay casi
12 millones de compatriotas en riesgo de pobreza o exclusión social, qué
hacemos mal para ser el territorio de la Unión Europea en el que más aumentan las
diferencias entre ricos y pobres.
El mayor problema de España hoy no reside en los separatismos
catalán o vasco, dos concepciones tan respetables como rebatibles en algunos de
sus puntos doctrinales, basados en la mentira histórica y la insolidaridad fiscal:
el mayor reto de nuestra nación consiste en que nadie pase hambre, en dar techo
a quienes carecen de él, en procurar un trabajo con condiciones y salarios cuando
menos presentables a quienes los reclaman, en mantener un decente Estado del Bienestar,
esa tierra que debiera ser universal.
Los brotes verdes sólo existirán cuando florezcan en el
bolsillo de los ciudadanos, no cuando asomen en las cuentas de resultados de
las grandes empresas.
El sentimiento de orgullo, felicidad o complacencia por sentirse
español es compatible con la percepción de que la primera patria del hombre no
es el corazón: es el estómago.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
13 de Octubre de 2013
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