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Una de las filosofías hispánicas especialmente acentuada en nuestra ciudad es la del altruismo siempre ajeno. Los seguidores de esta teoría, cuyo número de fieles aumenta en una progresión que para sí la deseara la secta más aviesa, acostumbran a intentar, con suertes dispares, el ingreso en todo tipo de espectáculos sin abonar cantidad alguna, llegando, en los casos más agudizados, a transformar el interesado anhelo en un nuevo epígrafe del derecho civil, para lo que recuerdan los numerosos y diversos tributos con los que, presuntamente, ya han cumplido.
Desde el debido respeto a quienes no se encuentren en situación económica de costear según qué entradas y pidiendo excusas porque mi condición periodística me otorgue ciertas ventajas (que no absolutas, ni justo sería) en dicho sentido, he de afear a los practicantes del “gratuismo” (también denominado “naturismo económico”) su reincidente conducta, pues su fervor camina paralelo, preténdanlo o no, al desprecio intelectual para con aquello de lo que desean disfrutar.
La modalidad más ortodoxa de esta tipología epistemológica, evidenciada ya por revelaciones humanas y divinas la imposibilidad de acceso sin estipendio alguno, incluye entre sus preceptos una peculiar versión del principio newtoniano de acción-reacción, por el que el paso siguiente consiste en denigrar la calidad artística de aquello que se hubiera gozado en la anhelada circunstancia. Condición inherente al “gratuista” es la disposición a soportar todo tipo de coyunturas, por muy adversas que puedan presentarse, desde la incomodidad de un asiento revelador del número de costillas y de cualquier imperfección lumbar hasta el averno de las temperaturas más subsaharianas, incluidas las que se generan en la zona denominada VIP de la caseta municipal tras la inauguración de la feria, donde gambas y cochinos sufren hasta después de muertos.
El “gratuista” debería reflexionar, sobre todo en las convocatorias que nada tienen que ver con la degustación gastronómica semimasiva, pues el esfuerzo y la calidad tienen y deben tener su precio.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
20 de Noviembre de 2.008

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