LA COSTUMBRE DEL DESPRECIO
España acostumbra a ser un país poco dado a valorar sus
símbolos, los elementos que la definen. La Constitución aprobada en 1978 es uno
de ellos. Hace justo hoy 37 años una abrumadora mayoría de compatriotas
introducía en una urna su voto favorable a un texto bajo el cual se ha
desarrollado un largo periodo que en líneas generales resulta positivo.
En años recientes se podía ver en estas fechas en algunos
institutos portuenses a dirigentes de diversos partidos coincidentes en valorar
ante los alumnos la trascendencia del articulado constitucional. Hoy ese
espíritu parece haberse quedado sin defensores dispuestos a actuar como tales.
Se puede discutir la oportunidad de realizar algunos cambios (el
Senado, por ejemplo, supone una Cámara perfectamente prescindible y no es
lógica la primacía del varón sobre la mujer en la sucesión a la Corona) pero
yerra quien apueste por introducir modificaciones en uno de los aspectos
básicos: la unidad nacional. El federalismo, en España, es el primer paso para
el independentismo y el independentismo acarrearía, por ejemplo, que los
habitantes con menores rentas de los territorios no independizados (esto es, todos
aquellos que no residen en Cataluña o en el País Vasco) viesen claramente reducido
su nivel de vida (eso que se llama Estado del Bienestar) al desgajarse de la
nación algunas de sus zonas más prósperas. El argumento es tan obvio que
siempre me ha dejado estupefacto esa pasión que parece encender a la izquierda
(mayor cuanto más izquierda) por desmenuzar el mapa. En su afán por fastidiar a
la bandera y a un régimen desaparecido hace cuatro décadas no vislumbran que a
quienes realmente dañaría su irresponsable postura es a las personas más pobres
que viven bajo la enseña, precisamente ese sector social en cuya defensa basan
su acción política.
No comparto la idea de que la Carta Magna sea la causa de
nuestros males. Entiendo que los problemas que padecemos derivan, simplemente,
de la ejecutoria de los gobiernos. De modo que invito a conmemorar la jornada
de la mejor forma que se puede hacer con la Constitución: leyéndosela, o
releyéndosela, según los casos.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
6 de Diciembre de 2015
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