UNA FERIA A ESPALDAS DE BRUSELAS
El Puerto acostumbra a ser una ciudad apática para muchas
cosas pero todas las normas requieren su excepción y aquí tenemos la Feria. La
decisión comunitaria de simultanear las elecciones a ese paraíso terrenal que
constituye el Parlamento Europeo (edén únicamente superado por el Real de Las
Banderas en plena Fiesta del Vino Fino) con algo tan sacro como un domingo de
Feria de Primavera se ha traducido en dos consecuencias imprevisibles para la
tecnocracia bruseliana: dedicatoria a Estados Unidos (alineación con otro
bloque para inmortalizar el desaire) y abstención masiva en las urnas (aunque
hubo también quienes acudieron al colegio vestidos de corto o con traje de
flamenca canastero para evidenciar la descortesía).
La edición de este año ha registrado aspectos prometedores,
como la recuperación de una portada acorde, lejos de alguna que otra feria de biznágico
desmochamiento moresquiano. Sólo hay algo más imprescindible que los camarones
en una tortilla de camarones: la portada en una Feria. El nuevo alcalde ha aplicado
el sentido común, entendiendo este elemental principio de la física lúdica y apuntando
directamente a la cita sevillana: por un metro nos ganaron, a la espera de acontecimientos
en 2015 (en las portadas feriales el tamaño también importa). Por lo demás, conforme
logremos que la mampostería le vaya ganando terreno a la mesocrática lonalización
iremos certificando el advenimiento de los tan esperados brotes verdes (la
estadística mampostera resulta más fiable en términos macroeconómicos que la
venta de automóviles o de frigoríficos).
Mientras, es obvio que la Feria no escapa a los tiempos, por
lo que ha incorporado sus recortes particulares. Además de la inédita imagen de
casetas que no llegaron a abrirse por decisión in extremis de sus adjudicatarios,
lo que probablemente desembocará en una reforma de la ordenanza, se constató el
estallido de la burbuja de los aparcamientos oficiales (el Consistorio se
ahorra un pico en el alquiler de la nave y solar otrora destinadas al efecto),
lo que ha obligado a más de uno a tener que abonar la democratizada tasa eurística
colindante o aparcar en la lejanía y emprender la ruta jacobea bajo la
escrutadora pupila de la solana. Hubo un tiempo en el que si carecías de pase
para el aparcamiento gratuito banderil podías sospechar que no eras alguien en
El Puerto pero ahora vivimos en una época de igualitarismo estacional: nada
escapa al abrazo pendular de la historia.
La impopular huelga de autobuses, un clásico en el certamen
que habrá que incluir en el programa oficial, como la inauguración de la calle
o la entrega de los premios al exorno de casetas, tampoco ha ayudado al feriante
(piensa uno que si el ya famoso plus de 120 euros resulta de imposible
aplicación pudiera buscarse la argucia diplomática de dedicar la próxima feria
a los conductores, a la propiedad de la concesionaria Daibus, o a ambos a la
vez, siquiera por limar asperezas). Al menos, el castigado gremio taxístico,
que no dispone de la confortable seguridad de un salario mensual, ha visto
aumentar sus ingresos.
El inglés anabotellesco, una suerte de spanglish de afectado
acento, se ha erigido en eco del albero. Ofrendar la Feria a Estados Unidos ha
sido más eficaz para aumentar la afluencia a las academias que enseñan la
lengua de Shakespeare que el discurso pre-chasco de la alcaldesa de Madrid.
La Feria cierra esta edición tan peculiar (con final española
de Champions el sábado incluida, lo que derivó en el estreno de los televisores
como parte del atrezo) con un número mayor de visitantes que en la cita
precedente. Justo es apuntar entre sus noticias el patrocinio de la empresa
Carbures que hizo posible la llegada de la Copa del Mundo y las tres Eurocopas
logradas por la selección española de fútbol (la Marca España, hoy, es una
pelota). Todo lo que sume a la Feria (si es que al infinito se le puede sumar
algo) merece el aplauso. Apuesto por que el homenaje al Vino Fino siga
situándose en adelante lejos de las pluviosidades abrileñas, tan del gusto del daagüísmo
de barra, como forma de evitar en lo posible esas dantescas imágenes en las que
el barro se apodera del albero y las rebecas de los hombros, con las casetas
convertidas en gigantescos canalones.
Mientras el reflejo de los leds o la mágica transparencia
solar acarician la espalda, los gozadores de Las Banderas han vuelto a
comprobar que la Feria sólo presenta un defecto: que en algún momento tienes
que acabar por ausentarte de ella.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
26 de Mayo de 2014
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