EL SUEÑO PERPETUO
Cada vez que paseo por Puerto Sherry me invade la sensación de que el complejo, uno de esos proyectos que acaba perdiéndose en una maraña de fases arquitectónicas y convenios administrativos que escapan al coeficiente intelectual medio, parece llamado a algo que nunca acaba de ser, y las expresiones "sueño perpetuo" o "promesa eterna" acuden a mi mente con una constancia pertinaz.
En Puerto Sherry, pese a reconocerle algunos efectos benéficos para la ciudad, menos la instalación puntera de resonancia nacional que se prometía, hemos visto ya de todo, incluida la sofisticación y el glamour financiero de los inversores árabes. Para apuntalar la imagen que transmite el lugar se pudo asistir recientemente, retirados ya los efectos del dulce síndrome de Estocolmo que inspiraba el secuestro de Autoridad Portuaria, a una decena de despidos de trabajadores perfumados con la indiferencia de administraciones que, pudiendo presionar en su favor, se abstuvieron de hacerlo, dejándolos abandonados a su suerte en medio de la peor crisis económica en décadas (inconvenientes de no tener la nómina en Delphi y carecer de número suficiente para la resistencia callejera).
Los ciudadanos tienden a pensar que, más que el trampantojo ubicado sobre lo que quizá un día acabe siendo un apartahotel (término que puede significar que se deja a un lado el hotel y, por ende, el uso turístico), el trampantojo en sí lo conforma parte del enclave (bautizado con el escepticismo de una ciudad ya de por sí cainita), que actuaría de disfraz de aprovechamientos urbanísticos multiplicados con una profusión de panes y peces infinitos, al amparo de planes parciales sin fin total que se sustancian, si no en un mandato, al siguiente.
Cuando pase la crisis y nadie se acuerde de la subida del IVA ni de las agencias de calificación, retornará el ladrillo (que siempre vuelve, como el Real Madrid, según Di Stéfano) y retornarán también las velas a ahogarse en el tapiz del cielo: nunca un puerto deportivo azul y blanco tuvo más que ver con el gris cemento y rojo ladrillo de la tierra firme.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
8 de Julio de 2010
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