RAPHAEL
Refiriéndome a la Pantoja escribía hace dos semanas que, en contraposición a esa caterva de petimetres que incrustan una “de”, una “y” o un guión entre su padre y su madre, buscando adornarse de presuntos méritos genealógicos a falta de propios, sólo a los grandes les es dada la identificación mediante artículo y apellido; pero existe un escalón superior, aún más lindante con la gloria, el que habitan aquellos a quienes les basta con el solo nombre: Raphael es uno de ellos. La crisis económica nos ha dejado sin la actuación del cantante, que el martes tenía previsto deleitar a los asistentes a su concierto en la Plaza de Toros, en el marco de una gira con la que conmemora sus 50 años en los escenarios (y los escenarios celebran también, de alguna manera, su medio siglo). Raphael forma parte de la memoria fónica de las últimas décadas y su voz es tal que a menudo pareciera que él canta y muchos otros se dedican a otras cosas vecinas.
La calidad artística de esta garganta universal se sitúa por encima de muchos factores, pese a lo cual las mezquindades humanas provocaron que tuviese que esperar hasta 2.007 para recibir la Medalla de Andalucía, toda vez que el hombre cometió el pecado de ser más bien de derechas, algo que el PSOE no acostumbra a perdonar (el PP lo exonera menos todavía, que para despreciar a los suyos en los mundos del arte y la comunicación el partido de Rajoy se las pinta solo). Por fortuna, alguien decidió dejar de hacer el ridículo y, de paso, no desprestigiar el galardón por ese impresentable sectarismo que acostumbra a revestir a los mediocres.
El número de discos de oro acumulados por Raphael (350) y de platino (50) es tan grande que con objeto de distinguirle se creó el de uranio y aún faltarían elementos en nuestro sistema solar para hacer justicia a un artista por cuya interpretación los sentimientos se muestran más vívidos y profundos y que la ciudad, por un mal guiño de los ciclos financieros, no ha tenido la suerte de acoger: allá donde cante la bóveda celeste será la caja de resonancia de una estrella inmarchitable.
La calidad artística de esta garganta universal se sitúa por encima de muchos factores, pese a lo cual las mezquindades humanas provocaron que tuviese que esperar hasta 2.007 para recibir la Medalla de Andalucía, toda vez que el hombre cometió el pecado de ser más bien de derechas, algo que el PSOE no acostumbra a perdonar (el PP lo exonera menos todavía, que para despreciar a los suyos en los mundos del arte y la comunicación el partido de Rajoy se las pinta solo). Por fortuna, alguien decidió dejar de hacer el ridículo y, de paso, no desprestigiar el galardón por ese impresentable sectarismo que acostumbra a revestir a los mediocres.
El número de discos de oro acumulados por Raphael (350) y de platino (50) es tan grande que con objeto de distinguirle se creó el de uranio y aún faltarían elementos en nuestro sistema solar para hacer justicia a un artista por cuya interpretación los sentimientos se muestran más vívidos y profundos y que la ciudad, por un mal guiño de los ciclos financieros, no ha tenido la suerte de acoger: allá donde cante la bóveda celeste será la caja de resonancia de una estrella inmarchitable.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
20 de Agosto de 2.009
Comentarios
saludo desde Colombia
Carmen Helena