LA PANTOJA
El éxito acumulado en todos estos años por Isabel Pantoja, que el martes actuaba en la Plaza de Toros, no reside únicamente en sus innegables cualidades fónicas, en la calidad de muchas de las composiciones que interpreta (espléndido el trabajo de Perales en “Marinero de luces”), en su esencia ontológica de artista, condición que se muestra en cualquier momento de la vida y no sólo en la estricta pasarela de un escenario: el trágico final de su marido en Pozoblanco, la valentía con la que Paquirri afrontaba los primeros saludos de la muerte, forman parte de la memoria visual de una generación, en un país, entonces más folclórico que ahora, que siempre ha gustado de unir trajes de luces con batas de cola y que metaforizó su dolor hondo de mujer elevándolo a la augusta categoría de viuda de España. Fue entonces cuando la Pantoja (sólo a los grandes les es dada la identificación por artículo y apellido, los pretenciosos tienden a engañarse incrustando un “de” o una “y” con calzador) se transformó en distintivo racial.
Después, la nación evolucionó, nos hicimos europeos, los descamisados de Guerra se acostumbraron a la gomina, todo se convirtió en carne de franquicia y la relajación moral causada por dejar de ser la reserva espiritual de Occidente se alió con unos medios de comunicación más maduros y una justicia más eficaz para descubrirnos la corrupción que tantas veces se abraza al urbanismo. La relación sentimental de la tonadillera con Julián Muñoz la hizo aparecer en otro de esos flashes que, de algún modo, simbolizan el paso del tiempo, en un icono que nacía dos décadas después.
La realidad es compleja y susceptible de múltiples interpretaciones: en España, territorio que Moratinos parece desconocer pero cuyas curvas ya ondean en las crónicas meteorológicas de la televisión autonómica vasca, un país profundamente machista y consagrado al himeneo, una viuda es siempre una viuda y un icono fotográfico un icono fotográfico, pero los asistentes al concierto del martes pudieron disfrutar también de una cantante que, aun suscitando menor expectación que en otras épocas, sigue siendo singular.
Después, la nación evolucionó, nos hicimos europeos, los descamisados de Guerra se acostumbraron a la gomina, todo se convirtió en carne de franquicia y la relajación moral causada por dejar de ser la reserva espiritual de Occidente se alió con unos medios de comunicación más maduros y una justicia más eficaz para descubrirnos la corrupción que tantas veces se abraza al urbanismo. La relación sentimental de la tonadillera con Julián Muñoz la hizo aparecer en otro de esos flashes que, de algún modo, simbolizan el paso del tiempo, en un icono que nacía dos décadas después.
La realidad es compleja y susceptible de múltiples interpretaciones: en España, territorio que Moratinos parece desconocer pero cuyas curvas ya ondean en las crónicas meteorológicas de la televisión autonómica vasca, un país profundamente machista y consagrado al himeneo, una viuda es siempre una viuda y un icono fotográfico un icono fotográfico, pero los asistentes al concierto del martes pudieron disfrutar también de una cantante que, aun suscitando menor expectación que en otras épocas, sigue siendo singular.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
6 de Agosto de 2.009
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