AMARGADOS

El Puerto sería una ciudad más respirable si abundara algo menos en ella ese contingente de amargados y derrotistas que tanto placer acostumbra a experimentar en su maledicencia varia, en su consuetudinario negativismo, ausente de la más mínima autocrítica, ese contingente estéril y absurdo que no hace sino obviar el propio vacío de sus espíritus. Son los mismos que se alegran ante el hecho de que la ciudad no acoja finalmente la eliminatoria de Copa Davis entre España y Alemania, los que experimentan algún tipo de satisfacción porque el Racing Portuense, una institución cuyos futbolistas ofrecen un emocionante ejemplo de profesionalidad, pierda la categoría, los mismos que, sin preocuparse de atender a los pronósticos del Instituto Nacional de Meteorología, invariablemente pronostican lluvias cuando se acerca la Semana Santa o la Feria de Primavera, deseando que el agua empape pasos y lonas, los mismos que quieren eliminar el carnaval del calendario lúdico, una fiesta cuyo único pecado reside en que no les gusta a sus excelsas ánimas, los mismos que odian a Alberti, el portuense más importante de todos los tiempos, sencillamente por el hecho de que el talento le adornó a él más que a ellos, los mismos que reniegan de los moteros aunque no lleguen a sufrir molestia alguna, los mismos que anhelan que ningún portuense triunfe, ni en el fútbol, ni en el cante, ni en la moda, ni en cualquiera manifestación, los mismos que se esfuerzan con denuedo en denigrar a aquellos que osan atravesar la línea del éxito.
El Puerto sería una ciudad más respirable si no padeciera ese cainismo tribal, más dañino, puesto a comparar extremos, que el chovinismo, si algunos de sus habitantes no ofrendaran más atención a las vidas ajenas que a la suya propia, si muchos conciudadanos, parafraseando a Kennedy, se preguntaran qué pueden hacer ellos por El Puerto en lugar de qué puede hacer El Puerto por ellos, si tantos y tantos censados se apercibieran, de una vez, que cuando se practica la cizaña el ejercicio acaba volviéndose contra el ejercitante, de modo que difícilmente puede recibir elogios quien sólo ha acostumbrado su lengua al vituperio.
El Puerto sería una ciudad más respirable, en definitiva, si se liberara de unos cuantos petardos integrales.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
16 de Abril de 2.009

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