REFLEXIÓN NATURAL


En la playa de Las Redes, observando el sol esconderse, poco a poco, en la cueva del horizonte, entregándose con esa cadencia perfecta con la que sólo se administran los crepúsculos, uno acaba confeccionando una dimensión distinta de los ámbitos del mundo.

Todo parece quedar atrás, a la espalda, ajeno, mientras el cielo se demora en su sinfonía de colores, hasta que los rosados y los malvas ceden en la batalla, la noche despliega su telón de estrellas y el mar parece disponerse a una suerte de sueño, de calmosa tregua, que el firmamento contempla.

Acostumbrados a la vorágine cotidiana, presos de multitud de pequeños acontecimientos que nos invaden la atención de continuo, entre los que se encuentra la considerable carga de estrés que aportan objetos tan presuntamente inocuos como un teléfono móvil, el ser humano va perdiendo la práctica de observar, de realizar algo tan sencillo como detenerse y comprobar los detalles que se nos ofrecen alrededor, de seguir tranquila y minuciosamente el proceso de algo.

Las espumas extendiéndose sobre la orilla pudieran emplear un lenguaje que uno consiga descifrar si le dedica el tiempo suficiente a demorarse en ese último navegar de las aguas sobre la arena. El modo en que los barcos se acunan en el caprichoso dictado de la marea, bajo una luna satisfecha en su blancura, sostenida en su milenaria quietud, ocultas ya las gaviotas, debe también guardar un mensaje para cuyo escrutinio resulta necesario empeñarse.

La naturaleza posee su propia magia: si uno se ensimisma en su espectáculo cree encontrarse de alguna manera consigo, resultar inmune a cualquier daño, adquirir una percepción más elevada, incluso trascendente, sin necesidad de separar los pies de la tierra, por pertenecer, de hecho, a ella.

El indeciso discurrir del alba, el furor azul del mediodía o un anochecer como los que se desvelan desde cualquier playa de la ciudad, encierran su poesía particular; no requieren de palabras, de elucubraciones más o menos espontáneas: sólo de una mirada que teje sus versos al ritmo de la luz, su rima en la sucesión de tonalidades, y que ejercita su pincel en el asombro.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz
2 de Agosto de 2015


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