JOSEFINA

Uno da por hecho ya que hay ciertas cosas de la vida, ciertas injusticias de la vida, que no podrá entender nunca, por lo que sólo resta el consuelo de guardar las suficientes fuerzas para soportarlas, la necesidad de aprender las auténticas prioridades que deben guiarnos en el sendero de los días, a menudo inmersos en absurdas cuitas, en tinieblas que nos alejan de la luz de los sentimientos, la verdadera claridad, la más pura.
Lo primero que pienso cada vez que recreo la imagen de Josefina Escudero Márquez, periodista recientemente fallecida, a sus sólo 42 años, tras una larga enfermedad, es que era una buena persona. Una sociedad como la nuestra, tan falta de tantas cosas, no suele reparar lo que debiera en esta característica, pero a mí me sigue pareciendo básica, imprescindible para ese compartir que supone la amistad, para mantener esos rasgos primordiales que deben constituirnos, edificarnos como premisa inexcusable.
Después, admiro su enorme capacidad profesional, merecedora de cotas mayores nunca reconocidas. Josefina tenía grabados conceptos que acostumbran a atesorar los extremeños que marchan de su tierra decididos a la aventura de explorar nuevos caminos, conceptos comandados por uno que ejerce de guía y del que se derivan los demás: el de la responsabilidad. Hablar con ella de nuestro trabajo constituía una delicia. Sus juicios derivaban de análisis rigurosos y siempre te ofrecía algún argumento, alguna interpretación, capaz de descubrirte rutas nuevas en los territorios que creías conocidos.
A 250 kilómetros de distancia de Puebla de Sancho Pérez, de una loma pacense desde la que tu alma se despidió de viñedos y olivos encaramándose al fruto eterno del cielo, algunos, aquí, en El Puerto de Santa María, al borde de este río Guadalete que desbordaste de afanes, mantendremos tu memoria como una noticia perpetua. Otros lo harán en tantos lugares como surcó tu palabra exacta, tu risa abierta de flor amanecida. Tú sabes, Josefina, que tu nombre será un titular a cinco columnas en el periódico de nuestro corazón.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
19 de Agosto de 2010

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