VERANO Y CRISIS

El autoservicio playero, la obligada indiferencia ante los chiringuitos (esas instalaciones otrora mimetizadas en el paisaje y que actualmente viven una suerte de cambio climático particular, cual centrales nucleares en la costa) es uno de los referentes visuales de esta crisis, de esta coyuntura económica nacida, al parecer, en Estados Unidos, lejano país bajo cuya influencia lunar se explican todas las cosas que ocurren o dejan de ocurrir en España, incluso ahora que Bush ya no sirve para despistar.
Los bonos basura, las estafas piramidales (aquí nos habíamos quedado en la de la estampita, metamorfoseada tras la transición en el Dioni, un Madoff algo más rudimentario y hortero), han terminado por provocar que una oronda tortilla de patatas, nacida al calor de una cocina tradicional, acabe sustituyendo al lírico espeto de sardinas y que los vendedores ambulantes de la arena requieran una disposición protectora especial que garantice su supervivencia, al modo de las que se adoptan para las especies amenazadas.
Pasea uno por las sucesivas fases semipeatonalizadoras de las calles de El Puerto y encuentra también sucesivas fases de desertización, de modo que las vías más céntricas (Larga, Luna, Palacios…) se asemejan a las calles de los espagueti western poco antes del duelo de los dos protagonistas, precedidos por un pelusón de jaramagos que empuja un viento pertinaz; recorre uno las galerías de las numerosas superficies comerciales y se encuentra con un escenario levemente suavizado, pero de características similares, con carros antaño rebosantes que ahora denotan una apariencia más bien escuálida, en los que las marcas blancas, ese anonimato plebeyo de la industria, lucen con orgullo su preponderancia, olvidados aquellos tiempos en los que, sumidas en el silencio, parecían esperar la mano de nieve becqueriana que las arrancara, cual arpas, de los anaqueles.
Ni siquiera la esplendente luz del verano puede con las sombras de la crisis, ese fenómeno económico que nos ha empujado al espejo de nuestra propia vulnerabilidad, ese sobresalto cíclico que nos recuerda que una de las cosas más tristes que se puede ser en esta vida es carne de estadística.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
23 de Julio de 2.009

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