ENTRE EL TORO Y LAS URNAS


La Feria de 2015 pasará a la historia como la Feria del toro. A veces las cosas, en ocasiones intrincadas, devienen sencillas. La iniciativa de ubicar el luminoso y diurno emblema ha sido tan plásticamente certera que sorprende que a nadie se le hubiese ocurrido antes. Las buenas ideas suelen caracterizarse porque, una vez materializadas, no parecían tan difíciles de pergeñar, moradoras de la punta de cualquier neurona… pero las adorna la circunstancia de que a ningún otro cerebro se le ocurrían. Más de un ayuntamiento empezará a plantearse estrategias similares, en una especie de lid creativa desatada desde Las Banderas, como un reto que hace temblar el portadismo tradicional, de tres o cinco cuerpos, y propone la variación, siquiera por la tendencia humana a cambiar estéticas de cuando en cuando.

El montaje del toro ha supuesto tal capacidad de convocatoria que hasta ha atraído al consejero delegado de Iluminaciones Ximenez, Francisco Jiménez, un señor que lleva años al frente del voltaje festivo local pero cuyo rostro teníamos en la más absoluta oscuridad. Se mostró locuaz en la noche del miércoles, respondiendo a los periodistas en esa tribuna institucional más repleta que los alrededores de la Basílica en la recogida del Nazareno.

Hay emblemas que parecen situarse por encima del bien y del mal: uno de ellos es el toro y otro Juan Lara. A los efectos de cartelizar Las Banderas siempre nos quedará Juan Lara, valor seguro exento de crítica selectiva, al menos públicamente formulada, aunque la temática de la obra pueda estar un poco cogida por los pelos, en interpretación libre, que se dijera, como ocurre en este año.

Acorde a los tiempos la Feria experimenta su recorte particular, reduciendo su número de casetas, aunque la economía es ciencia social (esto es, no perfecta), de modo que la aminoración no tiene porqué relacionarse con una disminución de la dicha (el número de casetas de la Feria es un indicador de la evolución económica más seguro que el consabido número de coches vendidos o de frigoríficos incrustados en las cocinas, pero el INE y los jartibles gurús financieros de las tertulias se empeñan en seguir ignorando el dato).

La circunstancia electoral también deja sus huellas: el ciclo democrático-albérico impone que, finalizados los tres años preceptivos de sequía, advienen las urnas. Tocan elecciones municipales y hay ocho formaciones, cuatro caseteadas (PP, PSOE, PA e IU) y cuatro en presunta vía de caseteamiento (UPyD, Ciudadanos, Queremos y Levantemos). La medida en que las cuatro últimas consigan llegar a casetearse dictará el alcance de su futuro político.

Por lo que respecta a las dedicatorias cree uno que habría que atar mejor la representación institucional antes de lanzarse a regalar homenajes. Salvo causa de fuerza mayor que no ha trascendido (y si la había, lo suyo es que trascendiera) hay que escribir que la ausencia del alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, en la inauguración del alumbrado y la rotulación de una calle con el nombre de “Ciudad de Sevilla” es, sencillamente, un desaire. Aquí ha llegado a venir hasta José María Álvarez del Manzano cuando era alcalde de Madrid, con lo que Zoido ha quedado más mal que bien, incluso reconociendo el empeño de su concejal de Fiestas, Gregorio Serrano, quien, puesto a echarle ganas, hasta se le da un aire. Si la dedicatoria de la Feria de El Puerto no le parecía al alcalde de Sevilla, agobiado como está por el auge demoscópico de Ciudadanos, argumento suficiente para desplazarse más le valdría al ejecutivo local haber destinado el detalle a otro lugar donde su máxima representación política e institucional se mostrara más respetuosa y consecuente. 

La decisión del jurado de exorno de casetas de declarar desierto el aderezo exterior ha llevado a reflexionar al concejal de Fiestas, Millán Alegre, sobre la oportunidad de fomentar ese mamposterismo al que hace unos años se le apuntilló con el indulto lonero en la avenida principal. Las lonas tienen su función, su carácter mesocrático ferial, son absolutamente respetables, pero uno siempre ha defendido, y lo hizo en su día en estas páginas, la conveniencia de otorgarle su puntito a la estratégica avenida. Los programas de los partidos políticos deberían definir a las formaciones como loneras o mampostéricas, asunto no menor, aunque uno tiende a pensar que los sellos tradicionales guardan también aquí su traslación. El modo en que se conforme la calle central en la Feria de 2016 derivará del resultado electoral: el centro-derecha apuesta por el ladrillo, la izquierda por el lonaje.

Cierro la crónica apuntando la oportunidad de estudiar el género musical que emiten los altavoces. Es marcadísimamente taurino, de modo que más que pasear por Las Banderas te crees sentado en los tendidos de la Plaza Real. Unas sevillanitas (alegres, no de esas que parecen telenovelas castañeteadas) pegarían mejor.


Francisco Lambea
Diario de Cádiz
11 de Mayo de 2015

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