EL ALBERO DEL ALMA


La Feria de Primavera es el paradigma de la felicidad sostenible en este gigantesco Desarrollo Sin Planeamiento que es el mundo. Ahora que la antorcha olímpica muestra su vacilante titilar por los claroscuros de la condición humana, en El Puerto de Santa María, ciudad donde el cambio climático no puede con la luz, a orillas de un mar ensortijado de espumas, el sol se enamora de nuevo de Las Banderas, extiende su naturaleza mágica por el idílico escenario y con él se desposa esperando que el crepúsculo, más dolorido que nunca, sea breve, de modo que el giro del planeta le ofrezca cuanto antes su espejo favorito y necesario, ese albero, la joya más preciada de la tierra, que se torna caballete de un lienzo único, imposible de reproducir por otro pincel que no sea el de la privilegiada retina.
Durante una noche y cinco días, los colores encuentran su tonalidad más exacta y acorde y los vestidos de flamenca, coronados por el talle majestuoso de una flor, se exhiben allí donde las telas se despliegan, graciosas, con orgullo plenamente justificado, allí donde revelan el sueño encendido de sus lunares, allí donde los volantes coquetean con el viento, feliz en su insomnio, en sucesivo juego de seducciones de continuo correspondidas, allí donde el abanico dibuja mudos arpegios en el coqueto ondear de las muñecas, haciendo de cada mujer un perfecto cartel de Feria. Los zapatos de tacón acarician, como brisa, las arenas y de ellos se erige la arquitectura del baile, de la sevillana que transforma el cuerpo en arte, que enraíza la música con la alegría intrínseca del hombre.
El fino transparenta su gentil oro y entrega el arcano de las cepas, sus dorados matices, hasta un paladar donde se funden el corazón puro de la albariza y el aire que desnuda su esencia en la parra.
El desfile de los caballos, su comunión con el jinete, es metáfora de la armonía, estampa majestuosa de la elegancia innata.
En la zona de atracciones los niños van, sin saberlo, edificando la materia de sus futuros recuerdos, van llenándolos de su mirada limpia, de su pulso alborozado, mientras los adolescentes ingenian quizá sus primeros besos, esa complicidad inicial de las manos donde se tejen sentimientos ya quebradizos, ya incólumes frente al tiempo.
La traca de fuegos artificiales despedirá un encuentro lúdico que basa también su magia en la brevedad y simbolizará nuestra tristeza en esa urdimbre de centelleantes reflejos volatilizados en su anhelo, en ese latir efímero que fenece en la tiniebla de las nubes ignotas, entregándonos, de nuevo, a la desolada constatación de que una Feria más ha finalizado en nuestras vidas; nos dejará, eso sí, el consuelo de su albero ensolerado en el alma, el consuelo de que, el próximo año, la inauguración del alumbrado de la Feria de El Puerto de Santa María volverá a marcar el inicio de la primavera.

Francisco Lambea
Diario de Cádiz. Suplemento de Feria.
23 de abril de 2008

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