RETORNO A LA MEMORIA

Determinados fenómenos o circunstancias de la vida poseen la virtud de devolvernos, de algún modo, al paraíso, ya inhabitado, de la infancia, de acercarnos a lo que fuimos algún día, en ese periodo de nuestra existencia en el que el presente reina como ya nunca más volverá a hacerlo, ese paréntesis, que luego descubrimos mágico, en el que se carece de ayer, en el que el tiempo es una caricia leve.
La lluvia constituye uno de esos referentes que acostumbra a sorprendernos resucitando la mirada sorprendida y receptiva de un niño y también lo es el regreso de los pequeños y los adolescentes a las aulas. Observas las carteras moviéndose tras el resorte de cuerpos diminutos y recuerdas la tuya, una de piel resistente que lucía un color marrón oscuro y hebillas ortopédicas, lejos de las texturas frágiles, los colores brillantes y los diseños estudiados que ahora triunfan, atiendes a las algarabías que se organizan en torno a la entrada de los colegios y te encuentras inmerso en una, como si no hubieran pasado treinta años, te fijas en la inquietud con la que los alumnos van ocupando sus pupitres y te descubres, como ellos, extendiendo la vista por una clase que te parecía inmensa, atento a las caras que te rodeaban, panorámicas en las que descubrías las conocidas y también expectantes de los compañeros de cursos anteriores, hasta que tus ojos se detenían en las nuevas, los rostros, un tanto indiferentes, o derrotados, de los repetidores.
La infancia es también un maestro grave tras la humilde severidad de una mesa, un libro desvencijado, con páginas de bordes ennegrecidos por el efecto de insistentes consultas, la infancia es también un cuaderno que va quedándose sin vientre, un lápiz roído, un diccionario cuyo volumen se hacía incómodo para la anchura de una mano tierna, la infancia es también un recreo siempre breve.
Uno deja de ser un niño cuando descubre que compañeros de juegos en los parques, de andanzas juveniles, de primeros sueños de la madurez, se han convertido en maestros, cuando habla con ellos sin sentir atisbo alguno de distancia.
Francisco Lambea
Diario de Cádiz
17 de Septiembre de 2.009

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